domingo, 24 de noviembre de 2013

Capítulos 21 y 22: En mi mente de hielo agrietado

Retrasados. Sí, lo sé, publico los capítulos retrasados, ero es que el instituto y u problema con mi WiFi me complican las cosas. Y este viernes he ido al estreno de En Llamas y no tenía tiempo para publicar luego (estaba dando saltos de alegría). Lo siento chic@s, pero hago lo que puedo :((. Al menos publico de golpe dos capítulos, y ahora en un minuto los de Una divergente en llamas y con runas y La Katniss real o no real, así que no os preocupéis que me actualizo ^^. La historia va viento en popa y el capítulo 23 será el último de la primera parte del libro. Estos dos son bastante intensos, sobretodo el 22. Personalmente el 22 me vuelve loca, ya me diréis ^^.

BESOS DE VUESTRA ESCRITORA ;))


Capítulo 21


Abro la puerta despacio. La canción Counting Stars de One Republic golpea mis tímpanos. Una chica con un moño mal hecho castaño oscuro, una que camisa que le llega por los muslos llena (que supongo fue blanca) de manchas multicolores, unas mayas negras y unas Converse también negras. Otra chica rubia con mechas de un tono (muy poco) más oscuro, una camisa de cuadros granate y blanca, una falda corta de tubo también blanca y Converse granate también. Un chico de pelo negro corto, un jersey gris de lana, vaqueros y unas zapatillas grises.
- Hola -me dice la rubia sonriendo. Creía que no se habían dado cuenta de que he entrado. Hace mucho calor ¿o soy yo? Me fijo más. Me resulta familiar. Tiene una sombra de ojos también de ese granate que acentúa el azul de sus ojos. Se acerca a mí mientras el chico se gira.
- Hola -le contesto imitándola- ehhhhh… -no sé cómo decirlo: He quedado aquí con un chico que conocí esta mañana, y ¿me aceptáis en el grupo?
- ¿Eres Annie? -me dice con un brillo en los ojos.
- Sí -digo sonriendo y asintiendo con la cabeza, más contenta; mucho más contenta y animada-. Sí soy Annie -repito mientras me quito la gabardina.
- Oh ¡Que ganas tenía de conocerte! -dice mientras me da un efusivo abrazo.
- Gracias -se suelta.
- ¡Uy! Que tonta no me he presentado y estarás un poco a cuadros -tanto como tu camisa-. Soy Margaret, la hermana de Dave -acaba sonriendo.
- La hermana pequeña de Dave -remarca el chico sonriendo de oreja a oreja y caminado hacia mí- Joël -dice extendiendo su mano-, su amigo.
- Annie -digo mientras estrecho su mano animadamente. Esto es todo nuevo; unas personas bohemias y simpáticas.
- ¡Eeehhh! Que solo nació unos minutos antes que yo -le dice Margaret a Joël. Él empieza a reír y ella pone los ojos en blanco.
-  Vamos, nena -me dice mientras pasa un brazo bajo el mío y empezamos a caminar-. Mi hermano está en el almacén, o mejor dicho en el armario -rectifica divertida- donde guardamos el material. Pero primero -dice dándole unos toquecitos en el hombro a la chica del moño y la camisa manchada- te presento a Elia -ella se gira. Me mira y abre la boca. Pega un golpecito al aire con la mano y entonces veo caer un auricular fucsia.
- Lo siento -se acerca y me da dos besos-. Soy Elia.
- Annie.
-No lo tomes a mal, es que…
- Suele abstraerse del mundo con sus auriculares -acaba Margaret.
- Gracias Margaret -dice ella en tono sarcástico-. Bienvenida Annie.
- Gracias -consigo contestar mientras Margaret vuelve a pasar su brazo por el mío y me arrastra.
- Vamos con Dave. Bueno, ¿te gusta el grupo?
-Me encanta.
Ella sonríe satisfecha. La verdad es esa. Son todos muy simpáticos. Creo que por primera vez puedo encajar, aunque no sea tan bohemia, podría llegar a serlo. Margaret me ha preguntado algo.
- ¿Eh? -arquea las cejas- Lo siento, estaba en mi mundo.
- Todos lo estamos aquí -dice sonriendo-. Joël dibuja con lápices de colores y tizas pastel; Elia adora a su caballete con unas acuarelas, pero no sin sus auriculares; yo, como Dave, soy más de lienzo y pintura ¿Cuál es tu estilo?
- Lápiz -me parece soso en comparación con lo de ellos-, dibujo… -me paro cuando la veo: la panorámica de una perfecta flor amarilla con distintos tonos y capas, que reflejan la luz en sus carnosos pétalos un tanto translúcidos- Es… preciosa -consigo decir.
- La pintó Dave; es el único que tenemos aquí. Antes venía, pero al final nos dejó -dice apenada-. Bueno, ahí es -señala una puerta abierta. Se gira y camina. Me decido a entrar en ese agujero.
Al entrar huele a pintura, polvo, madera vieja, humedades, moho y aguarrás. Me doy cuenta de que la puerta en realidad no tiene puerta; es como un agujero. La música se atenúa conforme voy avanzando. Esto es escalofriante. Hay baldas y estanterías por todas partes con botes de pintura, productos químicos, batas y delantales blancos amontonados, trapos y paños viejos, pinceles y brochas… Oigo un ruido. Me quedo helada un minuto, pero sigo avanzando con el pensamiento de que será Dave; eso espero. Avanzo por un pasillo al que ya no llega la luz. Tanteo por las paredes buscando algún interruptor, pero no hay, solo consigo enganchar una asquerosa telaraña. Me limpio insistentemente en los vaqueros, y sigo caminando. Después de un rato llego al final, y no he visto a Dave. Algo toca mi hombro; pego un salto mientras grito.




 Capítulo 22


- ¿Margaret? -me dice ese algo. Conforme el polvo que he levantado baja, veo una figura, humana; gracias a Dios. Unos vaqueros y una camiseta gris se alzan frente mí. Veo un destello dorado en la oscuridad y dejo de contener la respiración.
- Dave -digo en un suspiro. Me lanzo a sus brazos. Se sorprende; yo también.
- ¡Annie! - Me corresponde. Es tan agradable. No se puede decir nada más, bueno que no me separaría- Creí que no vendrías -susurra. Un cosquilleo me recorre entera.
- Me perdí y… podemos salir de aquí por favor -le ruego. Nos separamos, y por lo menos, yo estoy colorada. Involuntariamente le doy la mano. La suya es cálida, y la mía está helada. Entrelaza nuestros dedos. Me acuerdo de cuando los solté esta mañana, y siento algo raro… ¿añoranza?
- Vamos -dice, creo que reprimiendo la risa que tiene.
- ¡Me has asustado! -me defiendo.
- Lo siento -y no aguanta más. Oigo su risa salir, lo que extrañamente hace que yo también ría.
Llegamos fuera y mis pulmones agradecen el aire limpio. Su camiseta y vaqueros tienen varias siluetas de manos de colores.
- Me gusta tu modelito -le digo riendo. Gran error.
- ¿Ah sí? ¡Toma!
Agradezco haberme quitado la gabardina de mi madre al llegar. Dave ha metido la mano en el bote de pintura que sacaba y ahora mi suéter rojo tiene una mano rosa, otra verde y una última amarilla. Las demás me las ha hecho cuando corríamos por el aula y he intentado devolvérsela, fallando. Ahora mismo uso a la abstraída Elia y a su caballete como escudo. Con un movimiento rápido meto la mano en uno de sus botes antes de que lo mezcle con agua. Ataco, y Dave acaba con la nariz roja.
- Mmmmm… me recuerdas a alguien -le dejo acercarse-. Sí, ya lo sé ¡Rudolf!
Suelto una carcajada en su cara y echo a correr. Dejo atrás a Elia y llego a la zona de Margaret, que está cubierta por una lona para no manchar el suelo. Dave está cerca, así que intento acelerar. Gracias a mi querida escayola resbalo. Empiezo a titubear sin equilibrio, cuando Dave me coge. Yo caigo y le arrastro sin querer.
Estoy encima de él, con las manos en su pecho, las suyas en mí cintura, y mi cara a dos centímetros de la suya. Mi corazón late a mil por hora, y es lo único que puedo oír ¿Lo oirá el también? Entreabro los labios con ganas, ganas de… Sus labios también están entreabiertos, y, y no puedo resistirme, son tan apetecibles… Abro más los míos, y…
- ¿Estás bien? -consigo decir de una forma inaudible.
- Sí -responde en el mismo tono. Parpadeo, observándolo todo el tiempo que mi sentido común me permite. Sus ojos miel con manchas doradas tan abiertos como los míos, sus pupilas dilatadas, enmarcadas por unas pestañas larguísimas casi transparentes, su perfecta nariz roja, mejillas, boca… sus labios vuelven a estar entreabiertos. Sus cálidas manos presionan mi cintura, y yo no me permito jadear. Me muerdo el labio para resistir mis deseos. Mi mano vuela hacia su nariz y la limpia lentamente y con cuidado. Sus ojos siguen posados en mi rostro. Acabo de limpiarle y hago un intento contra todos mis instintos de levantarme. Mi labio empieza a sangrar cuando por fin estoy de pie, sin estar junto a él, a su lado. Me giro y lo veo de pie observándome. Noto el sabor metálico, dulce y asqueroso de la sangre en mi boca. Se acerca con un paso y limpia mi labio con un dedo, lentamente, con cuidado y cariño. No lo puedo permitir.
- Ah -digo mientras hago una mueca-. Pica.
- No haberte mordido el labio -dice divertido mientras su mano va a parar a mi nuca, enterrada bajo mi pelo «¡Anne Wales apártate ahora mismo!» me digo, pero no me da tiempo a reaccionar. Él se aparta de golpe, como si le diera asco, me da la espalda y empieza a caminar sin mirar atrás; sin volverme a mirar.

Y aquí estoy yo, parada, luchando por no llorar.

sábado, 23 de noviembre de 2013

The Hunger Games: Catching Fire LA PELÍCULA (review)!!!!!!

THE HUNGER GAMES: CATCHING FIRE

Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa estoy aaaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!! Es la mejor película que he visto, eso ya lo puedo decir!!!!!!!!!! Y los actores... chapó. Lo han echo estupendamente, de verdad. Jennifer Lawrence (Katniss Everdeen) lo ha echo increíblemente bien, con todo lo que conlleva ser Katniss y sacarlo fuera, toda esa tristeza, esa mezcla de sentimientos... PERFECT. Josh Hutcherson (Peeta Mellark), sólo digo que creo que ha sido el mejor de todo el reparto. Ah, no puedo decir sólo eso. Dios bendito, si es que mejor no se puede hacer!!! Y no lo digo como fan loca por sus huesos ni nada por el estilo, que odio eso, lo digo de verdad como GRAN FAN INCONDICIONAL de En Llamas, y como analista ^^. Liam Hemsworth (Gale Hawthorn) lo ha hecho muy bien también, para que le den calabazas al pobre toda la peli (aunque para eso, pobre Peeta :(( ). Amo, amo y reamo cómo Elisabeth Banks (Effie Trinket) se ha salido!!!!!!!!!!!!! Es buenísisisisima (the goodness) actriz, y a bordado a Effie a la perfección!!! ^^. No sé si decir que ella ha sido la mejor a actriz ^^. Y Jeena Malown (Johanna Mason) a sido la perfección loca!!!!! Me cae fenomenal Johanna (gracias Jeena ^^).
6 besos (con un besazo romantiquísimo incluido) para Peeta, 3 para Gale. Uffff, que besos. Eso sí, a Gale sólo le daba 2 en el libro, ese 3º en la pradera es cosa de la película.
La película esta cargada de sentimientos, tiene a los mejores trabajando en ella (felicidades al director Francis Lawrence). Fui ayer a la primera sesión, o sea al estreno, en Valencia y tengo que confesar que hoy... repito!!! 
Mal apunte: Gracias a todas las ------ (no me gusta decir tacos) que me estropeasteis el beso entre Peeta y Katniss en la arena gritando como unas posesas!!!! ¡¿No sabéis ver una película y callar?! POR DIOS!!! 
Espero que hoy no me la estropeen otras grupis locas, sobretodo porque yo no gritaba para no molestar, por respeto, y espero el mismo trato. Bueno, ya me calmo, pero poneros en mi lugar; me estropearon el estreno...
La película me hizo llorar varias veces (Mags) y reír (con lo del color -No te pases- ^^), pero sobretodo me hizo disfrutar !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! ;))

Y DESPUÉS DE UNA ESPERA DE CASI DOS AÑOS, RELEER, ESCRIBIR, VOLVERME LOCA CON LAS FOTOS Y TRAILERS Y FANEAR COMO UNA POSESA, TENGO QUE DECIRLO POR FIN:
- He visto Los Juegos del Hambre: En Llamas.




En enero acabará el rodaje de Los Juegos del Hambre: Sinsajo parte 1, y nos toca esperar, fanear, escribir, releer, volvernos loc@s con las fotos y trailers hasta el día en que pueda decir:
- He visto Los Juegos del Hambre: Sinsajo parte 1.

Y me pondré a llorar.










jueves, 21 de noviembre de 2013

Todas las Noticias de Los Juegos del Hambre: En Llamas

Hola!!!! Los exámenes han pasado gratamente y, como os prometí, me dedico a publicar entradas sobre Los Juegos del Hambre: En Llamas. Hayyyyyy que YA ESTAMOS ARIDIENDOOOOO!!! Que fuerte! Esto si que es asdfghjkl!!!!! Estoy... de un rebote que madre mía!!! Esta entrada la publico desde el movil asi que no se como saldra; espero que bien. Os asegura que publicare la entrada dedicada unica y exclusivamente a En Llamas sobre la peli y tal (la vere el viernes 22 y repetire el sabado 23 ^^) y tambien prometo publicar los cuatro capítulos retrasados de esta semana y la pasada el sabado. Aqui dejo el enlace a todas las Noticias sobre En Llamas la pelicula recopiladas sel Blog y mas adelante anadire mas, en cuanto actualice  Facebook XD.                                                Noticias sobre la pelicula Los Juegos del Hambre en Llamas Por otra parte me da pena que se acabe esta empresa, ya que despierta muchos sentimientos en mucha gente y ya vamos por la mitad :((. Pero bueno, ahora a pensar en positivo ¡Que me voy al cine!  ;D

viernes, 15 de noviembre de 2013

Sólo queda una semana para arder... Los Juegos del Hambre: En Llamas 22.11.13 !!!!!!!!!

Bueno, bueno, bueno!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! Sólo UNA SEMANA!!!!!!!!!!!! Sólo SIETE DÍAS!!!!!!!!!! Eso ya no es nada de nada!!!! ^^. Los brasileños han tenido la suerte de ver HOY mismo la película, y bien claro lo han dejado en Facebook. a NOSOTR@S sólo nos queda una semanita de nada, que se pasa en un abrir y cerrar de ojos. Ánimo FANS!!!!!!!!!!!!!! Yo también estoy atacada, y confieso que desde hace dos mesazos ya tengo las entradas reservadas, y además estoy releyendo por décimo sexta vez el libro, para tenerlo bien repasado para la ocasión ^^. A ver, las noticias...

La Premiere en Londres!!!!



Estos son los seis Spots televisivos por orden que han sacado en total de la película:













Pronto durante la semana intentaré ser más #CatchingFiretística ^^ y publicaré sobre el tema, aunque los exámenes dificultarán la tarea :(( y no estoy segura. Eso sí,ya aviso de qué el viernes que viene, el día esperado, el mejor día del año, el 22, no publicaré. Estaré viendo la peli (^^) o de los nervios o gritando o volviéndola a ver online. Así que el viernes que viene nada de capítulos. Sorry ;(( 

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Willow Shields (Prim) ya está en el rodaje de Sinsajo parte 1

Aquí tenemos a una feliz Willow Shields en Atlanta, vestida de arriba abajo con el uniforme del Distrito 13 y de camino a rodar en Sinsajo parte 1 ^^. Que bien!!!!!

lunes, 11 de noviembre de 2013

Capítulo 14: Una divergente en llamas y con runas

Sorpresa sorpresa!!!!!!!!!!!! Otro capítulo extra!!!!!!! Bueno bueno, es que este fin de semana me ha venido la inspiración y he reescrito cinco capítulos del libro, y me he dicho ¿por qué no publicar uno extra? Así que aquí está adelantado, el capítulo 14. El próximo es muy pero que muy bonito y tierno. Aviso: Reencuentro con Max Lightwood.

BESOS DE VUESTRA ESCRITORA ;))



Capítulo 14: El pozo de las burbujas naranja


Sigo la dirección de sus dedos; al principio, no tengo ni idea de qué me señala, pero entonces veo una vaga forma unos cinco metros más arriba. ¿Qué es? ¿Alguna clase de animal? Parece del tamaño de un mapache, aunque cuelga del fondo de una rama y se balancea ligeramente. Hay algo más; entre los familiares sonidos nocturnos, noto un suave zumbido. Entonces lo entiendo: es un nido de avispas.
Estoy muerta de miedo, pero tengo el sentido común suficiente para quedarme quieta. Al fin y al cabo, no sé de qué tipo de avispas se trata; podrían ser las normales, las de «déjanos tranquilas y te dejaremos tranquila». Sin embargo, estoy en los Juegos del Hambre y lo normal no es encontrarse con algo normal. Lo más probable es que se trate de una de esas mutaciones del Capitolio, las rastrevíspulas. Como los charlajos, estas avispas asesinas se crearon en laboratorio y se colocaron estratégicamente en los distritos, como minas, durante la guerra. Son más grandes que las avispas normales, tienen un inconfundible cuerpo dorado y un aguijón que provoca un bulto del tamaño de una ciruela con solo tocarlo. Casi nadie tolera más de unas cuantas picaduras y algunos mueren al instante. Si vives, las alucinaciones producidas por el veneno han llevado a algunos a la locura; además, estas avispas persiguen a cualquiera que las haya molestado e intentan asesinarlo. De ahí viene el rastreadoras que forma parte de su nombre.
Después de la guerra, el Capitolio destruyó todos los nidos que rodeaban la ciudad, pero los que estaban cerca de los distritos se quedaron, supongo que como un recordatorio más de nuestra debilidad, igual que los Juegos del Hambre. Son otra razón para quedarse dentro de los límites de la alambrada del Distrito 12. Cuando las chicas y yo nos topamos con un nido de rastrevíspulas, cambiamos de dirección inmediatamente.
Entonces, ¿es eso lo que tengo encima? Miro a Max, en busca de ayuda, pero se ha fundido con el árbol.
Teniendo en cuenta mis circunstancias, supongo que da igual qué clase de avispas sean, ya que estoy herida y atrapada. La oscuridad me ha dado un ligero respiro, pero, cuando salga el sol, los profesionales ya tendrán un plan para matarme. No pueden hacer otra cosa después de que los dejara en ridículo. Puede que este nido sea mi única opción; si puedo dejarlo caer sobre ellos, quizá logre escapar, aunque me jugaría la vida en el proceso.
Por supuesto, no puedo acercarme al nido lo suficiente como para cortarlo; tendré que serrar la rama del tronco y dejar que caiga todo. La sierra de mi cuchillo debería bastarme, aunque ¿me dejarán mis manos? ¿Y despertaré al enjambre con la vibración? ¿Y si los profesionales descubren lo que estoy haciendo y trasladan su campamento? Eso lo fastidiaría todo.
Me doy cuenta de que mi mejor opción para cortar la rama sin que nadie se entere es durante el himno, que podría empezar en cualquier momento. Salgo a rastras del saco, me aseguro de tener el cuchillo en el cinturón y empiezo a subir por el árbol. Esto es ya de por sí peligroso, porque las ramas son finas hasta para mí, pero sigo adelante. Cuando llego a la rama que soporta el nido, el zumbido se hace más claro, aunque sigue siendo algo suave para tratarse de rastrevíspulas. «Es el humo --pienso--, las ha sedado.» Era la única defensa que encontraron los rebeldes para luchar contra ellas.
El sello del Capitolio brilla sobre mí y empieza a atronar el himno. «Ahora o nunca», pienso, y comienzo a serrar. Conforme arrastro el cuchillo adelante y atrás se me revientan las ampollas de la mano derecha. Una vez hecha la ranura, el trabajo es menos pesado, aunque sigue siendo casi más de lo que puedo soportar. Aprieto los dientes y sigo cortando, mirando al cielo de vez en cuando para comprobar que no ha habido muertes. No pasa nada, la audiencia estará satisfecha con mi herida, el árbol y la manada que tengo debajo. Sin embargo, el himno se acaba y todavía me queda un cuarto de rama cuando se acaba la música, se oscurece el cielo y me veo obligada a parar.
¿Y ahora qué? Podría terminar el trabajo a ciegas, pero quizá no sea lo más inteligente. Si las avispas están demasiado atontadas, si el nido se queda enganchado en la caída, si intento escapar, todo esto podría ser una mortífera pérdida de tiempo. Creo que lo mejor es volver aquí arriba al alba y lanzarles el nido a mis enemigos.
A la escasa luz de las antorchas de los profesionales, voy bajando hasta mi rama y me encuentro con la mejor sorpresa posible: sobre mi saco de dormir hay un saco de malla alargado unido a un paracaídas plateado. ¡Mi primer regalo de un patrocinador! Haymitch debe de haberlo enviado durante el himno. ¿Qué puede ser? Comida no, seguro. Deshago el nudo que lo une al paracaídas y lo abro poco a poco. Meto la mano. Toco algo alargado y frío y se me cae el alma a los pies. ¿Una espada? ¿Un cuchillo? Eso no me servirá de nada. Respiro profundamente y lo saco. Sonrío de verdad por primera vez en la arena; una estela.
--Oh, Haymitch --susurro--. Gracias.
No me ha abandonado, no me ha dejado para que me las apañe sola. La estela debe de haberle supuesto un gasto astronómico, seguro que han hecho falta unos cuantos patrocinadores para comprarla. Para mí, no tiene precio. Seguro que los Lightwood tienen algo que ver, ya que solo ellos saben de su existencia, ¿no?
La agarro fuertemente, como si fuera a echar a volar en cualquier momento, como si fuera un sueño, o una broma pesada. Pero no desaparece, y las demás ampollas explotan. Aflojo el agarre un poco y presiono la suave punta sobre la piel de mi pantorrilla, cerca de la quemadura. Recuerdo que Jace dijo que cuanto más cerca del mal, antes curará. Dibujo, poco a poco y con cuidado (dibujar nunca se me ha dado bien, y esto lo he tenido que repetir mil veces para que me salga aceptable), la runa. Me quema la piel, pero no de la forma en la quema el fuego, es otro tipo de dolor, uno que te despierta y te hace sentir cada centímetro de piel quemada. La pálida piel ahora es negruzca, y representa una elegante figura, de trazos seguros. El efecto es casi mágico, cómicamente. Cuando termino con la pantorrilla, noto como la herida sana desde dentro, y el dolor disminuye, aunque estoy segura de que estará toda la noche curándose. Ya no noto las ampollas, y aunque no vea con mucha claridad, puedo pasar la otra mano por la palma y notar al tacto que solo hay unas pequeñas rugosidades, no ampollas como guisantes. Después envuelvo la estela en el paracaídas y me la guardo en la mochila. Como ya no me duele tanto, consigo colocarme en posición y quedarme dormida.

Un pájaro que se ha colocado a pocos metros de mí me avisa de que está amaneciendo. Bajo la luz gris de la mañana, me examino las manos: la medicina ha transformado los parches rojo intenso en una suave piel rosa de bebé. La pierna sigue inflamada, porque esa quemadura era mucho más profunda. Vuelvo a repasar la runa, quemando de nuevo la piel, y guardo mis cosas en silencio. Pase lo que pase, tengo que moverme deprisa. También me como una galleta y un trozo de cecina, y bebo unas cuantas tazas de agua. Ayer lo vomité casi todo y ya empiezo a notar los efectos del hambre.
Los profesionales y Peeta siguen dormidos en el suelo. Por su posición, apoyada en el tronco del árbol, creo que Glimmer era la encargada de montar guardia, pero el cansancio ha podido con ella.
Aunque entrecierro los ojos para intentar examinar el árbol que tengo al lado, no veo a Max. Como fue él el que me dio el aviso, lo justo parece avisarlo; además, si muero hoy, quiero que gane él. Por mucho que signifique algo de comida extra para mi familia, la idea de que Peeta sea declarado vencedor me resulta insoportable.
Susurro el nombre de Max y los ojos aparecen de inmediato, abiertos y alerta. Me señala de nuevo el nido, yo levanto el cuchillo y hago el movimiento de serrar, y él asiente y desaparece. Se oye un susurro en un árbol cercano y después en otro más allá; me doy cuenta de que está saltando de un árbol a otro. Apenas logro contener la risa. ¿Es esto lo que les enseñó a los Vigilantes? Me lo imagino volando sobre el equipo de entrenamiento sin llegar a tocar el suelo; se merecía por lo menos un diez.
Por el este empiezan a llegar unos rayos de sol rosados, no puedo permitirme esperar más. Comparado con el dolor atroz de la subida al árbol de anoche, esto está chupado; cuando llego a la rama que sostiene el nido, coloco el cuchillo en la ranura. Estoy a punto de serrarla cuando veo que se mueve algo dentro del nido: es el reluciente brillo dorado de una rastrevíspula que sale con aire perezoso a la apergaminada superficie gris. No cabe duda de que está algo atontada, pero la avispa está despierta, lo que significa que las demás saldrán pronto. Me sudan las palmas de las manos y hago lo que puedo por secármelas en la camisa. Si no termino de cortar la rama en cuestión de segundos, todo el enjambre podría echárseme encima.
No tiene sentido retrasarlo, así que respiro hondo, cojo el cuchillo por el mango y corto con todas mis fuerzas. «¡Adelante, atrás, adelante, atrás!» Las rastrevíspulas empiezan a zumbar y las oigo salir. «¡Adelante, atrás, adelante, atrás!» Noto una puñalada de dolor en la rodilla, y sé que una de ellas me ha encontrado y que las otras se le unirán. «Adelante, atrás, adelante, atrás.» Y, justo cuando el cuchillo llega al final, empujo el extremo de la rama lo más lejos de mí que puedo. Se estrella contra las ramas inferiores, enganchándose un instante en algunas de ellas, pero cayendo después hasta dar en el suelo con un buen golpe. El nido se abre como un huevo y un furioso enjambre de rastrevíspulas alzan el vuelo.
Siento una segunda picadura en la mejilla, una tercera en el cuello, y su veneno me deja mareada casi al instante. Me agarro al árbol con un brazo mientras me arranco los aguijones dentados con la otra. Por suerte, sólo esas tres avispas me identifican antes de la caída del nido, así que el resto de los insectos se dirigen a los enemigos del suelo.
Es el caos. Los profesionales se han despertado con un ataque a gran escala de rastrevíspulas. Peeta y unos cuantos más tienen la sensatez suficiente para soltarlo todo y salir pitando. Oigo gritos de «¡Al lago, al lago!», e imagino que esperan perder a las avispas metiéndose en el agua. Debe de estar cerca si creen que pueden llegar allí antes que los furiosos insectos. Glimmer y otra chica, la del Distrito 4, no tienen tanta suerte; reciben muchas picaduras antes de perderse de vista. Parece que Glimmer se ha vuelto completamente loca, chilla e intenta apartar las avispas dándoles con el arco, lo que no sirve de nada. La chica del Distrito 4 se aleja tambaleándose, aunque diría que no tiene muchas posibilidades de llegar al lago. Veo caer a Glimmer, que se retuerce en el suelo como una histérica durante unos minutos y después se queda inmóvil. El nido ya no es más que una carcasa vacía. Los insectos han salido en persecución de los otros y no creo que vuelvan, aunque no quiero arriesgarme. Bajo a toda prisa del árbol y salgo corriendo en dirección opuesta al lago. El veneno de los aguijones me marea, pero logro regresar a mi pequeño estanque y sumergirme en el agua, sólo por si las avispas todavía me siguen la pista. Al cabo de cinco minutos me arrastro hasta las rocas. La gente no exageraba sobre el efecto de estas picaduras; de hecho, el bulto de mi rodilla tiene el tamaño de una naranja, más que de una ciruela, y los agujeros dejados por los aguijones rezuman un líquido verde apestoso.
Hinchazón, dolor, líquido verde; Glimmer retorciéndose en el suelo hasta morir; son muchas cosas por asimilar y ni siquiera ha amanecido del todo. No quiero ni pensar en el aspecto que tendrá la chica ahora: el cuerpo desfigurado, los dedos hinchados endureciéndose sobre el arco...
¡El arco! En algún lugar de mi mente embotada dos ideas logran conectarse y hacen que me ponga en pie para volver con paso tambaleante a través de los árboles. El arco, las flechas, tengo que cogerlos. Todavía no he oído los cañones, así que quizá Glimmer esté en una especie de coma, con el corazón luchando contra el veneno de las avispas. Sin embargo, en cuanto se pare y el cañonazo certifique su muerte, un aerodeslizador bajará para llevarse su cadáver, y con él el único arco y las únicas flechas que he visto hasta ahora en los juegos. ¡Me niego a dejarlos escapar de nuevo!
Llego hasta Glimmer justo cuando suena el cañonazo. No hay rástrevíspulas a la vista y esta chica, la que una vez estuvo tan bella con su vestido dorado en la noche de las entrevistas, ha quedado irreconocible. Han borrado sus facciones, tiene las extremidades el triple de grandes de lo normal y los bultos de los aguijones han empezado a estallar, supurando líquido verde pútrido sobre ella. Tengo que romperle varios dedos (lo que antes eran sus dedos) con una piedra para soltar el arco. El carcaj de flechas está atrapado debajo de ella, así que intento darle la vuelta al cuerpo tirando de un brazo, pero la carne se desintegra al tocarla y me caigo de culo.
¿Es esto real? ¿O han empezado las alucinaciones? Aprieto los ojos con fuerza, intento respirar por la boca y me ordeno no vomitar. El desayuno debe quedarse dentro, quizá no sea capaz de cazar hasta dentro de varios días. Suena un segundo cañonazo, supongo que la chica del Distrito 4 acaba de morir. Me doy cuenta de que los pájaros se callan y después dejan escapar una sola nota, lo que significa que el aerodeslizador está a punto de aparecer. Desconcertada, creo que viene a por Glimmer, aunque no tiene sentido del todo, porque yo sigo aquí, todavía luchando por las flechas. Me pongo de rodillas y los árboles empiezan a girar sobre mí. Veo el aerodeslizador en el cielo, así que me lanzo sobre el cadáver de Glimmer como si deseara protegerlo, pero veo que se llevan por los aires a la chica del Distrito 4.
--¡Hazlo ya! --me grito.
Aprieto la mandíbula, meto las manos debajo de Glimmer, agarro lo que deberían ser sus costillas y consigo ponerla boca abajo. Estoy hiperventilando, no puedo evitarlo, es todo una pesadilla y estoy perdiendo el sentido de la realidad. Tiro del carcaj plateado, pero está enganchado en algo, enganchado en su omóplato, en algo; por fin se suelta. Justo cuando tengo el carcaj en mis manos oigo pasos, varios pies que se acercan a través de la maleza, y me doy cuenta de que han vuelto los profesionales. Vuelven para matarme, para recuperar sus armas o para ambas cosas.
Sin embargo, es demasiado tarde para correr. Cojo una de las finas flechas del carcaj e intento colocarla en la cuerda del arco, pero, en vez de una cuerda, veo tres, y el hedor de las picaduras es tan asqueroso que no consigo hacerlo. No puedo hacerlo.
Me siento impotente cuando llega el primer cazador, con la lanza en alto, listo para atacar. La sorpresa de Peeta no me dice nada; me quedo esperando el golpe, pero él baja el brazo.
--¿Por qué sigues aquí? --me sisea. Lo miro sin entender nada mientras observo la gota de agua que cae de la picadura que tiene bajo la oreja. Todo su cuerpo empieza a brillar, como si se hubiese empapado de rocío--. ¿Te has vuelto loca? --Me empuja con la empuñadura de la lanza--. ¡Levanta, levanta! --Me levanto, y él sigue empujándome. ¿Qué? ¿Qué está pasando? Me pega un buen empujón para alejarme--. ¡Corre! --grita--. ¡Corre!
Detrás de él, Cato se abre camino a través de los arbustos. Él también está húmedo y tiene una picadura muy fea bajo un ojo. Veo un rayo de sol reflejándose en su espada y hago lo que me dice Peeta; agarro con fuerza arco y flechas, y salgo disparada entre tropezones hacia los árboles que han surgido de la nada. Dejo atrás mi estanque y me adentro en bosques desconocidos. El mundo empieza a doblarse de forma alarmante. Una mariposa se hincha hasta alcanzar el tamaño de una casa y después estalla en un millón de estrellas; los árboles se transforman en sangre y me salpican las botas; me salen hormigas de las ampollas de las manos y no puedo quitármelas de encima; me suben por los brazos y por el cuello. Alguien grita, un grito agudo que no se interrumpe para respirar; tengo la vaga sensación de que soy yo. Tropiezo y me caigo en un pequeño pozo recubierto de burbujitas naranja que zumban como el nido de rastrevíspulas. Me hago un ovillo, con las rodillas bajo la barbilla, y espero la muerte.
Enferma y desorientada, sólo se me ocurre una cosa: «Peeta Mellark me acaba de salvar la vida».

Entonces las hormigas se me meten en los ojos y me desmayo.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Capítulo 13: Una divergente en llamas y con runas

Lo sé y lo siento. Pero ya está el capitulo, al fin, así que mejor os lo dejo y no me enrollo mucho que esta bastante bien, y recién escrito además ^^. Es mentira, sí que me enrollo un pelín; como esto va de Los juegos del Hambre, me cabo e acordar de que he actualizado los trailers, y ya hay 4 o 5 nuevos  de En Llamas. Os lo recomiendo ^^


Capítulo 13: Una reunión de amigos bajo la sombra de un árbol


Mi primer impulso es bajar corriendo del árbol, pero estoy atada con el cinturón. Consigo soltar la hebilla de algún modo y caigo al suelo, todavía envuelta en mi saco de dormir. No hay tiempo para empaquetar nada. Por suerte, ya tengo la mochila y la botella dentro del saco, así que meto el cinturón, me cuelgo el saco al hombro y huyo.
El mundo se ha transformado en un infierno de llamas y humo. Las ramas ardiendo caen de los árboles convertidas en lluvias de chispas a mis pies. No puedo hacer más que seguir a los otros, a los conejos y ciervos, e incluso a una jauría de perros salvajes que corren por el bosque. Confío en su dirección porque sus instintos están más desarrollados que los míos. Sin embargo, ellos son mucho más rápidos, vuelan por el bosque con gran agilidad, mientras que mis botas no dejan de tropezar con raíces y ramas caídas, y no puedo seguir su ritmo de ninguna manera.
El calor es horrible, pero lo peor es el humo que amenaza con ahogarme en cualquier momento. Me subo la camisa para taparme la nariz y me alegro de que esté mojada de sudor, ya que eso me ofrece una pequeña protección. Y sigo corriendo, ahogándome, con el saco dándome botes en la espalda y la cara llena de cortes por las ramas que se materializan delante de mí sin avisar, surgidas de la niebla gris, porque se supone que tengo que correr.
Esto no ha sido una hoguera que se le haya descontrolado a un tributo, ni tampoco un suceso accidental; las llamas que me acechan tienen una altura antinatural, una uniformidad que las delata como artificiales, creadas por humanos, creadas por los Vigilantes. Hoy ha estado todo demasiado tranquilo; no ha habido muertes y quizá ni siquiera peleas, así que la audiencia del Capitolio empezaba a aletargarse y a comentar que estos juegos resultaban casi aburridos. Y los Juegos del Hambre no pueden ser aburridos.
Es fácil entender la motivación de los Vigilantes. Hay una manada de profesionales y después estamos los demás, seguramente repartidos a lo largo y ancho del estadio. Este incendio está diseñado para juntarnos, para que nos encontremos. Aunque puede que no sea el dispositivo más original que haya visto, es muy, muy eficaz.
Salto por encima de un tronco ardiendo, pero no salto lo suficiente; la parte de atrás de la chaqueta se quema, y tengo que detenerme para quitármela y apagar las llamas. Sin embargo, no me atrevo a abandonar la chaqueta, aunque esté achicharrada y caliente; me arriesgo a meterla en el saco de dormir, esperando que la falta de aire termine de extinguir el fuego. Lo que llevo en la mochila es lo único que tengo, y ya es bastante poco para sobrevivir.
En cuestión de minutos noto la garganta y la nariz ardiendo. Las toses empiezan poco después, y me da la impresión de que se me fríen los pulmones. La incomodidad se convierte en angustia, hasta que cada vez que respiro noto una puñalada de dolor que me atraviesa el pecho. Consigo refugiarme debajo de un saliente rocoso justo cuando empiezan los vómitos, y pierdo mi escasa cena y todo lo demás que me quedase en el estómago. Me pongo a cuatro patas y sigo con las arcadas hasta que no hay nada más que echar.
Sé que tengo que seguir moviéndome, pero estoy temblando y mareada, jadeando por la falta de aire. Me permito tomar una gota de agua para enjuagarme la boca y escupir, y después le doy un par de tragos más a la botella.
«Tienes un minuto --me digo--. Un minuto para descansar.» Me tomo ese tiempo para reordenar mis provisiones, enrollar el saco y meter todo a lo bruto en la mochila. Se me acaba el minuto. Sé que ha llegado el momento de moverse, pero el humo me ha dejado atontada. Los veloces animales que me guiaban me han dejado atrás y sé que no he estado antes en esta parte del bosque, que no había visto rocas grandes como ésta en mis anteriores excursiones. ¿Adónde me llevan los Vigilantes? ¿De vuelta al lago? ¿A un nuevo terreno lleno de nuevos peligros? El ataque comenzó justo cuando por fin lograba tener unas cuantas horas de paz. ¿Habrá alguna forma de avanzar en paralelo al estanque y regresar después, al menos a por agua? La pared de fuego debe terminar en alguna parte y no puede arder para siempre. No porque los Vigilantes no puedan hacerlo, sino porque, de nuevo, la audiencia se quejaría. Si pudiera meterme detrás de la línea de fuego, evitaría encontrarme con los profesionales. Cuando por fin decido intentar dar la vuelta dando un rodeo, aunque eso conllevase varios kilómetros de viaje para alejarme de este infierno y otros cuantos para volver, la primera bola de fuego se estrella contra la roca, a medio metro de mi cabeza. Salgo corriendo del saliente. El miedo me da energía renovada.
El juego ha dado un giro inesperado: el incendio es una excusa para hacer que nos movamos, para que la audiencia vea diversión de verdad. Cuando oigo el siguiente siseo, me tiro al suelo boca abajo sin entretenerme en mirar atrás, y la bola de fuego da en un árbol a mi izquierda y lo envuelve en llamas. Quedarse quieta significa morir; apenas me he puesto en pie cuando la tercera bola golpea el lugar en el que estaba tumbada y levanta una columna de fuego a mis espaldas. El tiempo pierde significado mientras intento esquivar los ataques. No puedo ver desde dónde los lanzan, aunque no es un aerodeslizador, pues los ángulos no son lo bastante extremos. Seguramente han armado toda esta zona del bosque con lanzadores de precisión escondidos en árboles o rocas. En algún lugar, en una habitación fresca e inmaculada, hay un Vigilante sentado delante de unos mandos, disparando los gatillos que podrían acabar con mi vida en cuestión de segundos; sólo hace falta un blanco directo.
Corro en zigzag, me agacho, me levanto de un salto y, entre unas cosas y otras, me quito de la cabeza el vago plan de regresar al estanque. También doy gracias mentalmente a Jace, por ese exhaustivo entrenamiento, que ahora parece el gateo de un bebé. Las bolas de fuego son del tamaño de manzanas, pero liberan una potencia enorme al hacer contacto. Tengo que utilizar todos mis sentidos al máximo para sobrevivir, no hay tiempo para juzgar si un movimiento es correcto o no: si oigo un siseo, o actúo o muero.
Sin embargo, algo me hace seguir adelante; después de toda una vida viendo los Juegos del Hambre en la tele, sé que hay algunas zonas del estadio que están preparadas para ciertos ataques y que, si consigo salir de esta zona, quizá pueda alejarme del alcance de los lanzacohetes. También es posible que acabe dentro de un nido de víboras, pero ahora no puedo preocuparme por eso. O de toparme con Peeta, el asesino, el traidor, el... el tributo. No sé qué sería peor, porque no sé cómo reaccionaría yo, que también soy tributo.
Aunque no sé cuánto tiempo he pasado esquivando bolas de fuego, finalmente, los ataques empiezan a decaer, lo que me parece estupendo, porque vuelvo a sentir arcadas. Esta vez se trata de una sustancia ácida que me quema la garganta y se me mete en la nariz. Me veo obligada a parar, entre convulsiones, intentando desesperadamente librarme de los venenos que he absorbido durante el ataque. Espero al siguiente siseo, a la siguiente señal para salir corriendo, pero no llega. La violencia de las arcadas ha hecho que se me salten las lágrimas, y me pican los ojos. Tengo la ropa empapada en sudor y, de algún modo, a pesar del humo y el vómito, me llega el olor a pelo quemado. Me llevo la mano a la trenza y descubro que una bola de fuego me ha achicharrado al menos quince centímetros; los mechones de pelo ennegrecido se me deshacen entre los dedos y me quedo mirándolos, fascinada por la transformación, hasta que, de repente, vuelven los siseos.
Mis músculos reaccionan, aunque esta vez no son lo bastante rápidos y la bola de fuego cae al suelo junto a mí, no sin antes deslizarse por mi pantorrilla derecha. Ver la pernera del pantalón en llamas me hace perder los nervios: me retuerzo y retrocedo a gatas, chillando, intentando apartarme del horror. Cuando por fin recupero el sentido común, hago rodar la pierna por el suelo, lo que sirve para apagarlo casi todo. Sin embargo, en ese momento, sin pensar, me arranco la tela que queda con las manos desnudas.
Me siento en el suelo, a pocos metros del incendio que ha causado la bola. La pantorrilla me arde y tengo las manos llenas de ampollas rojas; tiemblo demasiado para moverme. Si los Vigilantes quieren acabar conmigo, éste es el momento.
Oigo la voz de Cinna, que me trae imágenes de telas lujosas y gemas resplandecientes: «Katniss, la chica en llamas». Los Vigilantes deben de estar muertos de risa con esto. Aún peor, puede que los bellos trajes de Cinna sean la razón de esta tortura concreta. Sé que él no podía preverlo y que debe de estar pasándolo mal porque, de hecho, creo que le importo. A pesar de todo, en perspectiva, quizá me habría ido mejor si hubiese salido desnuda en el carro.
El ataque ha terminado. Está claro que los Vigilantes no me quieren muerta, al menos todavía. Todos saben que podrían destruirnos en cuanto suena el gong, pero el verdadero entretenimiento de los juegos es ver cómo los tributos se matan entre ellos. De vez en cuando matan a uno para que los demás jugadores sepan que pueden hacerlo, aunque, en general, lo que intentan es manipularnos para que tengamos que enfrentarnos cara a cara. Eso significa que, si ya no me disparan, hay al menos un tributo cerca.
Me arrastraría hasta un árbol para refugiarme si pudiera, pero el humo todavía es lo bastante espeso para matarme. Me obligo a levantarme y me alejo cojeando del muro de llamas que ilumina el cielo. Parece que ya no me persigue, salvo con sus apestosas nubes negras.
Otra luz, la luz del día, empieza a surgir poco a poco, y los rayos de sol caen sobre los remolinos de humo. Tengo mala visibilidad, puedo ver a una distancia de unos trece metros a mi alrededor; cualquier tributo podría esconderse de mí fácilmente. Debería sacar el cuchillo como protección, pero dudo de mi capacidad para sostenerlo durante mucho rato. El dolor de las manos no puede compararse con el de la pantorrilla. Odio las quemaduras, siempre las he odiado, incluso las pequeñas de sacar una sartén de pan del horno; para mí es la peor clase de dolor, aunque nunca había experimentado nada como esto.
Estoy tan cansada que ni siquiera noto que me encuentro en el estanque hasta que el agua me llega a los tobillos. El agua viene del arroyo que sale de una grieta en las rocas y está fresca, así que meto las manos dentro y siento un alivio instantáneo. ¿No es lo que siempre dice mi madre? ¿Qué el primer tratamiento para una quemadura es el agua fría? ¿Que así se absorbe el calor? Pero ella se refería a quemaduras leves, como las de mis manos. ¿Qué pasa con la pantorrilla? Aunque todavía no he reunido el valor suficiente para examinarla, creo que se trata de una herida completamente distinta.
Me tumbo boca abajo al borde del estanque durante un rato, con las manos en el agua, y examino las llamitas de las uñas, que ya empiezan a descascarillarse. Bien, he tenido fuego de sobra para toda una vida.
Me limpio la sangre y la ceniza de la cara e intento recordar todo lo que sé sobre quemaduras. Son heridas comunes en la Veta, donde cocinamos y calentamos las casas con carbón; además, están los accidentes de las minas... Una vez, una familia nos trajo a un joven inconsciente y le suplicó a mi madre que lo ayudase. El médico del distrito, responsable de tratar a los mineros, lo había dado por perdido y le había dicho a la familia que se lo llevase a casa a morir, pero ellos no lo aceptaban. Estaba tumbado en la mesa de la cocina, inconsciente. Vi de reojo la herida de su muslo, la carne abierta y achicharrada que dejaba el hueso al aire; después, salí corriendo de la casa, me metí en el bosque y cacé todo el día, perseguida por la imagen de aquella pierna espantosa y los recuerdos de la muerte de mi padre. Lo más divertido era que Prim, la que teme a su propia sombra, se quedó para ayudar. Mi madre dice que un sanador nace, no se hace. Lo ayudaron en lo que pudieron, aunque el hombre murió, tal y como había dicho el médico.
Mi pierna necesita atenciones, pero no me atrevo a mirarla. ¿Y si está tan mal como la de aquel hombre y puedo verme el hueso? Entonces recuerdo a mi madre decir que, si una herida es grave, la víctima a veces no siente el dolor, porque los nervios quedan destrozados. Animada por la idea, me siento y me pongo la pierna delante.
Casi me desmayo al ver la pantorrilla: la carne está de un rojo brillante, cubierta de ampollas. Me obligo a respirar lenta y profundamente, segura de que las cámaras están emitiendo un primer plano de mi cara; no puedo parecer débil si quiero patrocinadores. Lo que te consigue ayuda no es la lástima, sino la admiración cuando te niegas a rendirte. Corto los restos de la pernera del pantalón a la altura de la rodilla y examino la herida más de cerca. El área quemada es del tamaño aproximado de mi mano y la piel no está ennegrecida. Me da la impresión de que puedo mojarla, así que la estiro con cuidado y la meto en el estanque, apoyando el talón de la bota en una roca, de modo que el cuero no se empape demasiado; después suspiro, porque el agua me alivia un poco. Sé que existen hierbas que acelerarían la curación, si las encontrase, aunque no logro recordarlas. Es probable que el agua y el tiempo sean mis mejores alternativas.
¿Debería seguir moviéndome? El humo empieza a clarear, pero sigue siendo demasiado espeso. Si continúo alejándome del fuego, ¿no iré directa a las armas de los profesionales? Además, cada vez que levanto la pierna del agua, el dolor vuelve con energía renovada y tengo que meterla de nuevo. Las manos están un poco mejor, pueden salir del estanque de vez en cuando, así que vuelvo a ordenar mis cosas. Primero, lleno la botella de agua del estanque, la trato y, cuando pasa el tiempo necesario, empiezo a hidratarme. Al cabo de un rato, me obligo a mordisquear una galleta salada, lo que me ayuda a asentar el estómago. Desenrollo el saco de dormir y, excepto algunas marcas negras, está bastante bien. La chaqueta es otra historia: apesta y está achicharrada, y hay al menos treinta centímetros en la espalda que no tienen solución. Corto la zona dañada y me quedo con una prenda que me llega justo debajo de las costillas. Sin embargo, la capucha está intacta, y eso es mucho mejor que nada.
A pesar del dolor, empiezo a adormecerme. Si me subiera a un árbol para intentar descansar sería un objetivo demasiado fácil. Además, me resulta imposible abandonar el estanque. Ordeno mis provisiones, incluso llego a ponerme la mochila a la espalda, pero no consigo alejarme. Veo algunas plantas acuáticas con raíces comestibles y me preparo una comida ligera con lo que me queda de conejo. Bebo un poco de agua y observo cómo el sol traza su lento arco por el cielo. ¿Acaso puedo ir a algún sitio más seguro que éste? Me dejo caer sobre la mochila, vencida por el sueño. «Si los profesionales me quieren, que me encuentren --pienso antes de quedarme dormida--. Que Peeta me encuentre.»
Y vaya que si me encuentran. Por suerte, cuando oigo los pasos ya estoy lista para moverme, porque tengo menos de un minuto de ventaja. Ha empezado a caer la noche. En cuanto me despierto, me levanto y corro por el estanque, para después meterme entre los arbustos. La pierna me frena, pero me da la impresión de que mis perseguidores tampoco son tan veloces como antes del fuego. Los oigo toser y llamarse entre ellos con voces roncas. Identifico la del brutal chico del 2, y la de… no importa.
En cualquier caso, están acercándose como una jauría de perros salvajes, así que hago lo que he hecho siempre en tales circunstancias: escojo un árbol alto y empiezo a trepar. Si correr duele, trepar es atroz, porque no sólo requiere esfuerzo, sino contacto directo de las manos en la corteza. Sin embargo, soy rápida, y cuando llegan a la base del tronco yo ya estoy a seis metros de altura. Durante un momento nos detenemos todos y nos observamos; espero que no oigan cómo me late el corazón.
«Éste podría ser el final», pienso. ¿Qué posibilidades tengo frente a ellos? Han venido los seis, es decir, los cinco tributos profesionales y Peeta, y mi único consuelo es que ellos también están bastante machacados. Sonríen y gruñen, seguros de que soy una presa fácil; aunque mi situación parece desesperada, de repente me doy cuenta de otra cosa: ellos son más fuertes y grandes que yo, sin duda, pero también pesan más. Hay una razón por la que soy yo y no Gale la que sube a coger las frutas más altas o a robar los nidos más remotos: peso unos veinte o treinta kilos menos que el tributo más pequeño.
Ahora soy yo la que sonríe.
--¿Cómo va eso? --les grito, en tono alegre.
Eso los sorprende, aunque sé que al público le habrá encantado.
--Bastante bien --responde el chico del Distrito 2--. ¿Y a ti?
--Un clima demasiado cálido para mi gusto --respondo; casi puedo oír las risas en el Capitolio--. Aquí arriba se respira mejor. ¿Por qué no subís?
--Creo que lo haré --contesta el mismo chico.
--Toma esto, Cato --le dice la chica del Distrito 1, ofreciéndole el arco plateado y el carcaj con las flechas.
¡Mi arco! ¡Mis flechas!
Verlos me pone tan furiosa que deseo gritar, gritarme a mí y al traidor de Peeta por distraerme y evitar que los cogiese. Intento mirarlo a los ojos, pero él parece evitarlo a propósito y se dedica a sacarle brillo a su cuchillo con el borde de la camisa. Duele más que la pierna.
--No --dice Cato, apartando el arco--. Me irá mejor con la espada.
Veo el arma, una hoja corta y pesada que lleva colgada al cinturón.
Le doy tiempo para que se suba al tronco antes de seguir trepando. Gale siempre dice que le recuerdo a una ardilla por la forma en que corro sobre las ramas, incluso sobre las más finas. Parte de la razón es mi peso, y la otra parte se debe a la práctica; hay que saber dónde colocar manos y pies. Cuando llevo otros nueve metros oigo una rama que se rompe y veo que Cato agita los brazos al caer, con rama incluida. Se da un buen golpe en el suelo y, mientras cruzo los dedos para que se haya roto el cuello, se
pone en pie soltando palabrotas como un loco.
La chica de las flechas, a la que llaman Glimmer (aj, hay que ver los nombres que les ponen a los niños en el Distrito 1; «luz trémula», nada menos), trepa por el árbol hasta que las ramas empiezan a crujirle bajo los pies y es lo bastante sensata para pararse. Ya estoy a veinticuatro metros, como mínimo. Intenta dispararme flechas, pero resulta evidente que no sabe utilizar el arco. Sin embargo, una de las flechas se clava en el árbol, a mi lado, y logro cogerla. La agito en el aire, para burlarme de ella, como si ése fuera mi único propósito al cogerla, cuando en realidad pretendo usarla si alguna vez se me presenta la oportunidad. Podría matarlos, matarlos a todos, si esas armas de plata cayesen en mis manos.
Los profesionales se reagrupan y los oigo gruñir conspiraciones entre ellos, furiosos porque los he hecho parecer idiotas, pero ya ha llegado el crepúsculo y su ventana de oportunidad para atacarme se cierra. Por fin oigo a Peeta decir, en tono duro:
--Venga, vamos a dejarla ahí arriba. Tampoco puede ir a ninguna parte; nos encargaremos de ella mañana.
Bueno, tiene razón en una cosa: no puedo ir a ninguna parte. El alivio que me proporcionó el agua del estanque ha desaparecido y siento toda la gravedad de mis quemaduras. Bajo un poco hasta una rama en horquilla y me preparo la cama como puedo. Me pongo la chaqueta, extiendo el saco, me ato con el cinturón e intento no gemir. El calor del saco es demasiado para mi pierna, así que hago un corte en la tela y saco la pantorrilla al aire. Me echo agua en la herida y en las manos.
Se me ha acabado la bravuconería; el dolor y el hambre me han debilitado, pero no consigo comer. Aunque aguante toda la noche, ¿qué pasará por la mañana? Me quedo mirando las hojas intentando obligarme a descansar, aunque sin éxito; las quemaduras no me lo permiten. Los pájaros se acuestan y cantan nanas a sus polluelos; salen las criaturas de la noche; oigo ulular a un búho y el débil olor de una mofeta atraviesa el humo; los ojos de algún animal me observan desde el árbol vecino (quizá sea una zarigüeya), reflejando la luz de las antorchas de los profesionales. De repente, me enderezo, apoyada en un codo: no son ojos de zarigüeya, sé muy bien cómo brillan. De hecho, no son los ojos de ningún animal. Lo distingo gracias a los últimos rayos de luz apagada, me observa en silencio desde un hueco entre las ramas. Es Max.
¿Cuánto tiempo lleva ahí? Probablemente desde el principio, inmóvil e invisible mientras se desarrollaba la acción a sus pies. Quizá subiera a su árbol justo antes que yo, al oír que se acercaba la manada. Ha aprendido bien, del mejor. En realidad, su familia es la élite, así que aunque tenga tan solo doce años y no sea muy grande, es capaz de sobrevivir y apañárselas sólo. Además, es inteligente, muy inteligente, y eso no se lo ha enseñado nadie. Se me vuelve a romper el corazón, porque ahora que nos hemos encontrado, ¿qué debo hacer? ¿Qué haré en realidad? Deo volver, por Prim, pero, ¿acaso no es él cómo Prim? Doce años, inocente, abnegado. Y yo, ¿qué soy? Dieciséis años, inocente, abnegada. ¿No merecemos lo mismo? En realidad, nadie merece esto, pero ¿acaso por cuatro años más de vida merezco morir más qué él? También sabe sobrevivir, como ya he dicho es inteligente y, obviamente, ha llegado hasta aquí como yo, mejor parado incluso. Además, mi familia depende de mí. Simplemente no haberlo encontrado hubiera sido suficiente, pero con mi suerte, sería pedir demasiado.
Nos miramos durante un rato y después, sin mover ni una hoja, las manitas del chico salen al descubierto y apuntan a algo por encima de mi cabeza.

Capítulo 20: En mi mente de hielo grietado

Se ha hecho de rogar, pero aquí esta el capítulo 20. Como ya he dicho en la entrada anterior, siento muchísimo el retraso de una semana, de verdad. Pero ya queda muy poquito para que acabe la primera parte de la historia, exactamente en el capítulo 24. Ya adelanto que ese capítulo lo cambia TODO, absolutamente TODO. Bueno, de momento, espero que os guste el 20 ^^

BESOS DE VUESTRA ESCRITORA ;))



Capítulo 20


- Bastante bien –dice Julie.
- ¿Por qué? –suelto sin rodeos. Me mira con el ceño fruncido-, quiero decir, ¿Qué ha pasado?
- Pues, ¿sabes? No eres la única que… -en ese momento entra un chico. Tiene la piel clara, típica de aquí. Su pelo es castaño y sus ojos cafés, enmarcados por unas gafas negras cuadradas pero grandes, que lo hacen parecer majo y agrandan sus ojos. Lleva unos vaqueros, una camiseta gris con el logo ‘Like a Sir’ y una chaqueta lisa de color rojo con cremallera. Es delgado, aunque no tanto como nosotras, por culpa de su pequeña musculatura. No es muy alto, pero tampoco es bajo. Esto sí que es nuevo: Julie agita su mano en el aire, y el chico se acerca.
 - Andrew, esta es Anne -dice señalándome Julie con la cabeza. Silencio incómodo.
 - Encantada -digo sonriendo. Él me devuelve la sonrisa-. Llámame Annie.
 - Mucho gusto Annie -me cae bien este chico. Creo que es bueno para Julie, aunque ni siquiera sepa que hay entre ellos-. Emmmm… Julie -mete su mano en la bandolera que lleva colgada. Saca una libreta pequeña; creo que una agenda-, te la has dejado -y acaba con una sonrisa; como las idiotas que yo pongo cuando pienso en Erik. Y parece que Julie… ¡Sí! Julie también tiene esa sonrisa y enrolla continuamente un mechón de pelo con su índice. 
- Gracias -dice levantándose. Caminan hacia la puerta juntitos. ¡Que monos! Andrew tiende la libreta a Julie y esta la coge con delicadeza y esa sonrisa aún en la boca. Están hablando, pero no puedo oír de qué. Los dos sueltan unas carcajadas y Andrew se va. Julie vuelve pegando saltitos.
- Vale… ¡No soy la única con novio! -le digo feliz; de verdad me alegro por ella.
- Ojalá -me contesta, volviéndose a sentar.
- Todavía no...
- ¿Me lo ha pedido? No.
- ¿Y por qué no se lo pides tú? -le propongo.
- ¿¡Yo!? Já.
-¿Por qué no? Está colado hasta los huesos por ti.
- Ya veremos -fija su mirada en los espaguetis-. Como tú no estabas el otro día -dice, después de estar un rato callada- él se acercó y empezamos a hablar. Al final se sentó conmigo, y llevamos así unos días.
- ¿Puedo? -veo a Erik sonreír apoyado en el marco de la puerta. Pongo esa sonrisa idiota mía y luego me acuerdo de Julie.
-Claro -dice ella como si me leyera la mente- yo ya me iba.
- Gracias -le susurro. Ella asiente y me guiña un ojo. Se despide de Erik y sale de aquí. Él viene directo y se sienta a mí lado.
- Te he echado de menos.
- Y yo -le contesto. Acto seguido sus labios presionan los míos. Noto como si le temblaran un poco- ¿Te pongo nervioso? -digo con una mala imitación de voz seductora.
- No, no, claro -contesta nervioso de verdad.
- ¿Erik?
- Es solo que -suena el timbre-, tengo que ir a clase.
Solo puedo pensar una cosa: salvado por la campana.

Erik me ha dejado descolocada. ¿Qué le pasa conmigo? Esto es confuso, y creía que esa etapa había pasado.
- ¡Ay! -miro a Claws, que acaba de saltar sobre mi estómago- Claws, que acabo de comer -le regaño. En realidad han pasado unas horas, pero ha sido una comida pesada. Y todo el rato he estado alternando pensamientos sobre los nervios de Erik y la tarde con Dave. Parece que es un gato listo: agacha las orejas y lloriquea. Yo suavizo mi expresión y le acaricio. Él empieza a lamer el dorso de mi mano- Vamos o llegaremos tarde.

Llegamos tarde. Nunca he estado en esta parte del instituto, solo la usan ciclos superiores y las actividades extraescolares; justamente. Llevo unos diez minutos de arriba para abajo con el plano arrugado en una mano, y mis nervios crecen por momentos. 
- Creo que ya hemos pasado por aquí -le digo a Claws. El maulla dándome la razón. ¡Es todo igual! Esto es imposible. Noto como si me dieran un pequeño empujón en la cadera.
- ¡Claws! ¡Vuelve aquí! -pasa de mí olímpicamente. Corre aún con la pata vendada. Se podría decir que de normal soy rápida, pero yo también tengo la pata vendada, y no soy un gato. Después de correr tras él unos cinco pasillos ya es como un punto lejano. Se para en medio del sexto ¿Me está vacilando? Cuando estoy a tres metros echa a correr de nuevo ¿Me estaba esperando? 
Llevo caminado (estoy tan cansada y encima con la escayola, que paso de correr) diez minutos desde qué se paró en el sexto pasillo, y ya no corre, solo camina a paso lento. Normal, con lo rápida que soy ahora se lo puede permitir ¿Pero qué hago? Esto es absurdo, estoy siguiendo a mi gato por el ‘Laberinto’. Abro mi bandolera y cojo mi móvil. Tengo que llamar a Dave para cancelarlo. Esto duele, pero tengo que hacerlo porque ¿Cuánto tendré que seguir a este gato loco? Ni un minuto más porque Claws se ha parado enfrente de una puerta. Llego por fin hasta él y lo meto dentro de mi bandolera sin ganas ya ni de regañarlo. 
En la puerta hay unos números, tres exactamente: 104.

Nueva canción de la banda sonora de En Llamas: Elastic Hearth, de Sia

Hola, hola!!!!!!!!!! Tengo que disculparme, lo sé. La semana pasada no publiqué los capítulos correspondientes, y me siento culpable. En un minutito los publicaré ¿vale? Lo siento de verdad.
Y, algo más alegre, ¿habéis visto el trailer de En Llamas 'We Remain'? P-E-R-F-E-C-T-O. Pues ahora otra canción; Elastic Hearth, de Sia.



A mí me encanta. La voz es impresionante, al igual que el ritmo y la composición. De verdad la amo ^^
De verdad pienso y creo que la banda sonora de En Llamas, está que se sale, es decir, todas las canciones son únicas y especiales, de esas que no paras de escuchar una y otra vez,de las que cantas en la ducha ;))

jueves, 7 de noviembre de 2013

We remain; NUEVO TRAILER de En Llamas adaptado a la canción

Y cuando creíamos que ya no sacaban más trailers... UNO NUEVO!!!!! Con más secuencias nuevas, y con la canción de Christina Aguilera, We remain ^^




 Finnick y sus azucarillos, Prim, la 75º cosecha más intensa, Katniss y Peeta juntitos... ES MEJOR  QUÉ EL ÚLTIMO!!!!!!!!!! ;)) Y, por supuesto, esa increíble canción ^^

jueves, 31 de octubre de 2013

Trailer FINAL de Los Juegos del Hambre: En Llamas

SÍSÍSÍSÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍ!!!!!! El trailer finaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaal ^^
Me vuelve locaaaaaa, y llega la sexta taquicardia... Jajajajajaja ^^ De verdad, las escenas de la arena... AAAAAAAA. Pobrets, pero es que me encanta ^^

Os lo dejo con muchísimooooo gusto, y me contáis que os parece, que os gusta más...




Os ha encantado TANTÍSIMO COMO A MÍ?¿??¿?¿? ;))

domingo, 27 de octubre de 2013

Capítulo 12: Una divergente en llamas y con runas

Holiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!!! Bueno, se ha hecho de rogar, pero como prometí, el capítulo 12 está listo hoy ;)) Espero que os guste, y aunque mucha gente (bueno, toda) sepa que pasa, adoro el final ^^

BESOS DE VUESTRA ESCRITORA ;))


Capítulo 12: Mi chico amoroso

Menos mal que tomé la precaución de agarrarme con el cinturón, porque he rodado de lado sobre las ramas y ahora estoy mirando al suelo, sujeta por el cinturón y una mano, y con los pies a horcajadas sobre la mochila, dentro del saco de dormir, abrazada al tronco. Tengo que haber hecho algún ruido al deslizarme, pero los profesionales estaban demasiado absortos con su discusión como para oírme.
--Venga, chico amoroso --le dice el del Distrito 2--, compruébalo tú mismo.
Veo de reojo a Peeta, iluminado por una antorcha, dirigiéndose a la chica de la hoguera. Tiene la cara amoratada, una venda ensangrentada en el brazo y, por el sonido de sus pasos, cojea un poco. Recuerdo cómo sacudió la cabeza para decirme que no fuese a por las provisiones, mientras que él planeaba meterse en la refriega desde el principio. Justo lo contrario de lo que le había dicho Haymitch.
Vale, puedo soportarlo, ver tantas cosas juntas resultaba tentador. Sin embargo, esto..., esto es distinto. Haberse aliado con esta manada de lobos profesionales para cazarnos a los demás... ¡A nadie del Distrito 12 se le habría ocurrido algo semejante! Lo mires por donde lo mires, los tributos profesionales son malvados, arrogantes y están mejor alimentados, pero sólo porque son los perritos falderos del Capitolio. Todo el mundo los odia profundamente, salvo la gente de su propio distrito. Ni me imagino lo que estarán diciendo de Peeta en casa, ¿y él tiene el valor de hablarme de vergüenza? ¿Y él quería ser el bueno? ¿él que morirá con su esencia intacta? ¿el alma más inocente de los Juegos? ¿y nuestro romance? Quiero decir, nuestro montaje… Y yo… creía que me estaba ayudando, con lo del ser su amor platónico en la entrevista. ¿Por qué lo hizo? También se comportaba de forma amable conmigo, hasta que claro, yo pegué ese portazo dejando claras mis intenciones. Y la última seña… vale, me he perdido el gong, pero he salido viva gracias a eso del baño de sangre. Yo, salir viva del baño de sangre... nunca diría eso en casa.
Pero ya no estoy en casa, y si de aquí sólo puede salir uno, debo ser yo. «Peeta, gracias por aclararme las cosas.» Aunque olvidar lo que hizo e casa no sea fácil, pero… ¡No! Prometí olvidar ese gesto y todo lo que desencadenó dentro de mí.
Está claro que lo del chico noble del tejado era otro de sus jueguecitos, y va a ser el último. Esta noche desearé que su muerte aparezca en el cielo, si no lo mato yo antes.
Los tributos profesionales guardan silencio hasta que sale de su alcance, para después hablar en voz baja.
--¿Por qué no lo matamos ya y acabamos con esto?
--Deja que se quede. ¿Qué más da? Sabe utilizar el cuchillo.
¿Ah, sí? Eso es nuevo; cuántas cosas interesantes estoy aprendiendo de mi amigo Peeta.
--Además, es nuestra mejor baza para encontrarla.
Tardo un momento en darme cuenta de que hablan de mí.
--¿Por qué? ¿Crees que la chica se ha tragado la cursilería romántica?
--Puede. Parecía bastante simplona. Cada vez que la recuerdo dando vueltas con el vestido me dan ganas de potar.
--Ojalá supiéramos cómo consiguió el once.
--Seguro que el chico amoroso lo sabe.
Se callan al oír que vuelve Peeta.
--¿Estaba muerta? --le pregunta el chico del Distrito 2.
--No, pero ahora sí --responde Peeta. En ese momento suena el cañonazo--. ¿Nos vamos?
La manada profesional sale corriendo justo cuando despunta el alba y los cantos de los pájaros llenan el aire. Me quedo en mi incómoda postura, con los músculos temblando durante un rato más, y después me coloco de nuevo sobre la rama. Necesito bajar, seguir adelante, pero, por un momento, me quedo tumbada donde estoy, digiriendo lo que he oído. La chica tontorrona a la que hay que tomarse en serio porque ha conseguido un once; porque sabe usar un arco. Eso Peeta lo sabe mejor que nadie.
Sin embargo, todavía no se lo ha dicho. ¿Está guardándose la información porque sabe que es lo que lo mantiene con vida? ¿Sigue fingiendo que me ama de cara a la audiencia? ¿Qué se le estará pasando por la cabeza?
De repente, los pájaros se callan y uno lanza una aguda llamada de advertencia. Una sola nota, como la que Gale y yo oímos cuando capturaron a la chica pelirroja. Un aerodeslizador se materializa sobre la hoguera moribunda y de él bajan unos enormes dientes metálicos. Poco a poco, con cuidado, meten a la niña muerta en el aparato. Después desaparece y los pájaros reanudan su canción.
--Muévete -olvida a Rue- ya --susurro para mis adentros. No derramaré una lágrima por nadie aquí, aunque me parezca imposible. Rue está muerta. Max sigue vivo, sólo ahí fuera, pero vivo.
Salgo como puedo del saco de dormir, lo enrollo y lo meto en la mochila. Respiro profundamente. Mientras me ocultaban la noche, el saco y las ramas de sauce, las cámaras no habrán podido obtener una buena imagen de mí, pero sé que deben de estar siguiéndome. En cuanto toque el suelo, tengo garantizado un primer plano.
La audiencia habrá estado como loca, sabiendo que estaba en el árbol, que he oído la conversación de los profesionales y que he descubierto que Peeta está con ellos. Hasta que averigüe cómo quiero utilizar la información, será mejor que actúe como si estuviese por encima de todo. Nada de perplejidad y, obviamente, nada de confusión o miedo.
No, tiene que parecer que voy un paso por delante de ellos.
Así que salgo del follaje y llego a la zona iluminada por el alba, me detengo un segundo para que las cámaras puedan captarme, inclino la cabeza ligeramente a un lado y sonrío con suficiencia. ¡Ya está! ¡A ver si descubren lo que significa!
Estoy a punto de marcharme cuando pienso en las trampas. Quizá sea imprudente comprobarlas estando los otros tan cerca, pero tengo que hacerlo. Supongo que llevo demasiados años cazando, aparte de la atracción de la comida. La recompensa es un buen conejo. En un segundo limpio y destripo el animal, dejando la cabeza, las patas, el rabo, el pellejo y las entrañas debajo de una pila de hojas. Me encantaría encender un fuego (comer conejo crudo puede darte tularemia, una lección que aprendí de la peor manera); entonces me acuerdo de Rue. Corro de vuelta a su campamento y, efectivamente, las brasas de su hoguera todavía están calientes. Corto el conejo, fabrico un espetón con ramas y lo pongo sobre las brasas.
Ahora me alegro de tener cámaras alrededor, porque quiero que los patrocinadores vean que puedo cazar, que soy una buena apuesta porque no caeré en las trampas del hambre con tanta facilidad como los demás. Mientras se asa el conejo, machaco parte de una rama quemada y me pongo a camuflar la mochila naranja. El negro la disimula un poco, aunque me parece que una capa de lodo ayudaría bastante. Por supuesto, para conseguir lodo necesito agua...
Me pongo mis cosas, cojo el espetón, echo tierra encima de las brasas y salgo en dirección opuesta a los tributos profesionales. Me como la mitad del conejo por el camino y envuelvo el resto en mi plástico para después. El estómago deja de hacerme ruido, pero la carne no ha servido para quitarme la sed. El agua es mi principal prioridad.
Mientras sigo adelante, estoy segura de que todavía salgo en las pantallas del Capitolio, así que sigo ocultando con cuidado mis emociones; sin embargo, Claudius Templesmith debe de estar pasándoselo en grande con sus comentaristas invitados, diseccionando el comportamiento de Peeta y mi reacción. ¿Qué querrá decir todo esto? ¿Ha revelado Peeta sus verdaderas intenciones? ¿Cómo afecta eso a las apuestas? ¿Perderemos patrocinadores? ¿Acaso tenemos alguno? Sí, yo creo que sí los tenemos o, al menos, los teníamos.
Está claro que Peeta ha lanzado una llave inglesa al engranaje de nuestra dinámica de amantes trágicos. ¿O no? Quizá, como no ha dicho mucho sobre mí, todavía podamos sacarle partido; quizá la gente piense que lo hemos planeado juntos, si da la impresión de que el asunto me divierte.
El sol sube en el cielo e, incluso a través de los árboles, parece demasiado brillante. Me unto los labios con la grasa del conejo e intento no jadear, aunque no sirve de nada, porque ya ha pasado un día y me deshidrato rápidamente. Intento pensar en todo lo que sé sobre la búsqueda de agua: fluye colina abajo, así que, de hecho, seguir por el valle no es mala idea. Si pudiera localizar el rastro de algún animal o alguna zona de vegetación especialmente verde, eso podría ayudarme, pero todo parece igual. Sólo están la pendiente, los pájaros y los mismos árboles.
Conforme avanza el día, sé que voy a tener problemas. La poca orina que expulso es marrón oscuro, me duele la cabeza y noto una sequedad en la lengua que se niega a humedecerse. El sol me hace daño en los ojos, así que me pongo las gafas de sol, aunque, al hacerlo, las noto raras y las vuelvo a guardar en la mochila.
De repente, avanzada la tarde, creo que he encontrado ayuda: veo un arbusto con bayas y corro a coger los frutos para chuparles el jugo. Sin embargo, justo cuando me los estoy llevando a la boca, les echo un buen vistazo: creía que eran arándanos negros, pero tienen una forma distinta y, por dentro, son rojos. No reconozco las bayas; aunque quizá sean comestibles, me parece que es un malvado truco de los Vigilantes. Incluso el instructor de plantas del Centro de Entrenamiento nos dijo que evitásemos las bayas a no ser que estuviésemos seguros al cien por cien de que no eran tóxicas. Era algo que yo ya sabía, pero tengo tanta sed que necesito recordármelo para reunir fuerzas y tirarlas.
La fatiga empieza a pesarme; no la fatiga normal después de una larga caminata, sino que tengo que detenerme y descansar frecuentemente. Sé que no encontraré cura para mi mal si no sigo buscando. Intento una táctica nueva, buscar rastros de agua, pero, por lo que veo en todas direcciones, sólo hay bosque y más bosque.
Decidida a seguir hasta la noche, camino hasta que me tropiezo yo sola.
Agotada, me subo a un árbol y me ato a él. Aunque no tengo hambre, me obligo a chupar un hueso de conejo para tener la boca entretenida. Cae la noche, tocan el himno y veo en el cielo la imagen de Rue, que, al parecer, venía del Distrito 11. La niña a la que Peeta remató.
El miedo que me inspira la manada de profesionales no es nada comparado con la sed. Además, se fueron en dirección opuesta y, en estos momentos, ellos también tendrán que descansar. Con la escasez de agua, puede que hayan vuelto al lago para repostar.
Quizás ésa sea también mi única alternativa.
La mañana sólo me trae preocupaciones. Me palpita la cabeza con cada latido del corazón. Los movimientos más simples hacen que me duelan las articulaciones como si me clavaran cuchillos. Más que bajar del árbol, me caigo de él. Tardo varios minutos en recoger las cosas y, muy dentro de mí, sé que está mal, que debería actuar con más precaución y moverme con más urgencia. Sin embargo, tengo la cabeza embotada y me cuesta seguir un plan. Me apoyo en el tronco del árbol y me acaricio con cuidado la superficie áspera de la lengua mientras evalúo mis opciones. ¿Cómo puedo conseguir agua?
Volver al lago: no, nunca lo conseguiría.
Esperar a que llueva: no hay ni una nube en el cielo.
Seguir buscando: sí, es mi única opción.
Entonces tengo otra idea, y la rabia que siento a continuación me devuelve a la realidad.
¡Haymitch! ¡Él podría enviarme agua! Podría pulsar un botón y enviármela en un paracaídas plateado en pocos minutos. Sé que tengo patrocinadores, al menos uno o dos que podrían permitirse darme medio litro de agua. Sí, cuesta dinero, pero esta gente está forrada de billetes y, además, están apostando por mí. Quizá Haymitch no se dé cuenta de cuánto la necesito.
--Agua --digo, todo lo alto que me atrevo a hablar, y espero, deseando que un paracaídas descienda del cielo. No aparece nada.
Algo va mal. ¿Me engaño al pensar que tengo patrocinadores? ¿O los he perdido por el comportamiento de Peeta? No, no lo creo. Ahí fuera hay alguien que quiere comprarme agua, pero Haymitch no se lo permite. Como mentor, él controla el flujo de regalos de los patrocinadores, y sé que me odia, me lo ha dejado claro. ¿Me odiará lo suficiente para dejarme morir? ¿Así? No puede hacerlo, ¿no? Si un mentor no trata bien a sus tributos, será responsable frente a los telespectadores, frente a la gente del Distrito 12. Ni siquiera Haymitch se arriesgaría a eso, ¿no? Que digan lo que quieran de mis socios comerciantes del Quemador, pero no creo que le permitiesen volver a entrar allí si me deja morir de este modo. ¿De dónde iba a sacar entonces su alcohol? Por tanto, ¿de qué va esto? ¿Intenta hacerme sufrir por haberlo desafiado? ¿Está dirigiendo los regalos a Peeta? ¿Está demasiado borracho para darse cuenta de lo que está pasando? Por algún motivo, no lo creo, y tampoco creo que esté intentando matarme. De hecho, a su manera, ha intentado de verdad prepararme para esto. Entonces, ¿qué?
Me tapo la cara con las manos. No corro el peligro de llorar, no podría producir ni una lágrima aunque me fuese la vida en ello. ¿Qué está haciendo Haymitch? A pesar de la rabia, el odio y la suspicacia, una vocecita dentro de mi cabeza me susurra una respuesta: «Quizá te esté enviando un mensaje». ¿Un mensaje para decirme qué? Entonces lo entiendo; Haymitch sólo tendría una buena razón para no darme agua: saber que estoy a punto de encontrarla.
Aprieto los dientes y me levanto. La mochila parece pesar el triple de lo normal. Cojo una rama rota que me sirva de bastón y me pongo en marcha. El sol cae a plomo, es aún más abrasador que en los dos primeros días, y me siento como un trozo de cuero secándose y agrietándose con el calor. Cada paso me supone un gran esfuerzo, pero me niego a parar, me niego a sentarme. Si me siento, es muy probable que no vuelva a levantarme, que ni siquiera recuerde cuál es mi objetivo.
¡Soy una presa muy fácil! Cualquier tributo, incluso el pequeño Max, podría acabar conmigo ahora mismo; sólo tendría que empujarme y matarme con mi propio cuchillo, y a mí no me quedarían fuerzas para resistirme. Sin embargo, (no creo que Max pueda hacer algo así) si hay alguien más en esta parte del bosque, no me hace caso. Lo cierto es que me siento a millones de kilómetros del resto de la humanidad.
En cualquier caso, no estoy sola, no, seguro que me sigue una cámara. Pienso en los años que pasé viendo cómo los tributos se morían de hambre, congelados, desangrados o deshidratados. A no ser que haya una buena pelea en alguna parte, debo de ser la protagonista.
Me acuerdo de Prim; es probable que no me esté viendo en directo, pero echarán las últimas noticias en el colegio durante el descanso para comer, así que intento no parecer tan desesperada, por ella.
Sin embargo, cuando cae la tarde, sé que se acerca el final. Me tiemblan las piernas y el corazón me va demasiado deprisa. Se me olvida continuamente qué estoy haciendo. Me tropiezo una y otra vez, y, aunque consigo levantarme, cuando por fin se me cae el bastón, me derrumbo por última vez y no me levanto más. Dejo que se me cierren los ojos.
He juzgado mal a Haymitch: no tenía ninguna intención de ayudarme.
«No pasa nada --pienso--. Aquí no se está tan mal.»
El aire es menos caluroso, lo que significa que se acerca la noche. Hay un suave aroma a dulce que me recuerda a los nenúfares. Acaricio la suave tierra y deslizo las manos fácilmente sobre ella.
«Es un buen lugar para morir.»
Dibujo remolinos en la tierra fresca y resbaladiza. «Me encanta el barro», pienso. ¿Cuántas veces he podido seguirle la pista a una presa gracias a esta superficie suave y fácil de leer? También es bueno para las picaduras de abeja. Barro. Barro. ¡Barro! Abro los ojos de golpe y hundo los dedos en la tierra. ¡Es barro! Levanto la nariz y huelo: ¡son nenúfares! ¡Plantas acuáticas!
Empiezo a arrastrarme sobre el lodo, avanzando hacia el aroma. A unos cinco metros de donde había caído atravieso una maraña de plantas que dan a un estanque. En la superficie flotan unas flores amarillas, mis preciosos nenúfares.
Resisto la tentación de meter la cara en el agua y tragar toda la que pueda, porque me queda la suficiente sensatez para no hacerlo. Con manos temblorosas saco la botella, la lleno de agua y añado el número correcto de gotas de yodo para purificarla. La media hora de espera es una agonía, pero la aguanto. Al menos, creo que ha pasado media hora, aunque, sin duda, es lo máximo que puedo soportar.
«Ahora, poco a poco», me digo. Doy un trago y me obligo a esperar. Después otro. A lo largo de las dos horas siguientes me bebo los dos litros enteros. Después otra botella. Me preparo otra antes de retirarme a un árbol, donde sigo sorbiendo, comiendo conejo e incluso me permito gastar una de mis preciadas galletas saladas. Cuando suena el himno, me siendo mucho mejor. Esta noche no sale ninguna cara en el cielo, hoy no han muerto tributos. Mañana me quedaré aquí, descansando, camuflaré mi mochila con lodo, pescaré algunos de los pececillos que he visto mientras bebía y desenterraré las raíces de los nenúfares para prepararme una buena comida. Me acurruco en el saco de dormir y me agarro a la botella de agua como si me fuera la vida en ello, ya que, de hecho, así es.
Unas cuantas horas después me despierta una estampida. Miro a mi alrededor, desconcertada. Todavía no ha amanecido, pero mis maltrechos ojos lo ven; sería difícil pasar por alto la pared de fuego que desciende sobre mí.