QUE OS GUSTE, DE VUESTRA ESCRITORA ;D
Capítulo 9: Traición entrevistada
Traición. Es lo primero que siento aunque resulte ridículo, porque, para que haya traición, debe haber primero confianza, y entre Peeta y yo la confianza nunca ha formado parte del acuerdo. Somos tributos. Sin embargo, el chico que se arriesgó a recibir una paliza por darme pan, el que me ayudó a no caerme del carro, el que me encubrió con el asunto de la chica avox, el que insistió en que Haymitch conociera mis habilidades como cazadora... ¿Acaso parte de mí no podía evitar confiar en él? ¿No podía querer a esa parte?
Por otro lado, me alivia dejar de fingir que somos amigos.
Es obvio que se ha cortado cualquier débil vínculo que hayamos sentido
tontamente, y ya era hora, porque los juegos empiezan dentro de dos días y la
confianza no sería más que una debilidad. No sé qué habrá propiciado la
decisión de Peeta (aunque sospecho que tiene que ver con que lo aventajase en
el entrenamiento), pero me alegro. Quizá por fin haya aceptado el hecho de que,
cuanto antes reconozcamos abiertamente que somos enemigos, mejor.
--Bien, ¿cuál es el horario?
--Cada uno tendrá cuatro horas con Effie para la
presentación, y cuatro conmigo para el contenido --responde Haymitch--. Tú
empiezas con Effie, Katniss.
Aunque al principio ni me imagino por qué necesita Effie
cuatro horas para enseñarme algo, acabo aprovechando hasta el último minuto.
Vamos a mi cuarto, me pone un vestido largo y tacones altos (no los que llevaré
en la entrevista de verdad), y me explica cómo debo andar. Los zapatos son lo
peor: nunca he llevado tacones y no me acostumbro a ir dando tumbos sobre la
punta de los pies. Tris, Clary y yo somos de las que van con botas de piel,
planas como la superficie de agua. Madge lleva tacones de vez en cuando, ya que
se supone que la hija del alcalde debe ir presentable; aunque luego en realidad
me acompañe a la Pradera, y los tire nada más llegar por los aires de una
patada. Isabelle es, es Isabelle. Lleva unas botas, pero con tacón; yo
sinceramente nunca he entendido esa mezcla. Dice que son fáciles de manejar;
más quisiera yo. Pero ella me acompaña a todos lados con ellos: ya sea para
caminar por el Distrito, ir a clase, entrenar o incluso ir al bosque; nunca la
he visto caer. Sin embargo, también Effie corre por ahí con ellos las
veinticuatro horas del día, y decido que, si ella es capaz de hacerlo, yo
también. El vestido me supone otro problema; no deja de enredárseme en los
zapatos, así que, por supuesto, me lo subo, momento en el cual Effie cae sobre
mí como un halcón para darme en la mano y gritar:
--¡No lo subas por encima del tobillo!
Cuando por fin domino los pies, todavía me queda la forma de
sentarme, la postura (al parecer, tengo tendencia a agachar la cabeza), el
contacto visual, los gestos de las manos y las sonrisas. Sonreír ya no consiste
en sonreír sin más. Effie me obliga a ensayar cien frases banales que empiezan
con una sonrisa, se dicen sonriendo o terminan con una sonrisa. Isabelle lo
hace de forma natural. ¿Por qué ella es así de perfecta con todo esto?
A la hora de la comida tengo un tic nervioso en los músculos
de las mejillas, de tanto estirarlos.
--Bueno, he hecho lo que he podido --dice Effie,
suspirando--. Recuerda una cosa, Katniss: tienes que conseguir gustarle al
público.
--¿Crees que no le gustaré?
--No, si los miras con esa cara todo el tiempo. ¿Por qué no
te lo reservas para el estadio? Es mejor que imagines que estás entre amigos.
--¡Están apostando cuánto tiempo duraré viva! --estallo--.
¡No son mis amigos!
--¡Pues fíngelo! --exclama Effie. Después recupera la
compostura y esboza una sonrisa de oreja a oreja--. ¿Ves? Así. Te sonrío aunque
me estés exasperando.
--Sí, muy convincente. Voy a comer.
Me quito los tacones de un par de patadas comolas de Madge y
salgo hecha una furia hacia el comedor, subiéndome el vestido hasta los muslos.
Peeta y Haymitch parecen estar de buen humor, así que
imagino que la sesión de contenido será mejor que los sufrimientos de la
mañana. No podría estar más equivocada. Después de la comida, Haymitch me lleva
al salón, me pide que me siente en el sofá y me mira con el ceño fruncido
durante un rato.
--¿Qué? --pregunto finalmente.
--Intento averiguar qué hacer contigo, cómo te vamos a
presentar. ¿Vas a ser encantadora? ¿Altiva? ¿Feroz? Por ahora brillas como una
estrella: te presentaste voluntaria para salvar a tu hermana, Cinna te hizo
inolvidable y obtuviste la máxima puntuación. La gente siente curiosidad, pero
nadie sabe cómo eres. La impresión que causes mañana decidirá lo que puedo
conseguirte con los patrocinadores.
Como llevo toda la vida viendo entrevistas con los tributos,
sé que hay algo de verdad en lo que dice. Si le gustas a la audiencia, ya sea
porque les resultas cómico, brutal o excéntrico, te ganas su favor.
--¿Cuál es el enfoque de Peeta? ¿O no puedo preguntarlo?
--Intentará ser simpático. Sabe cómo reírse de sí mismo, le
sale de forma natural. Por otro lado, cuando abres la boca pareces malhumorada
y hostil.
--¡No es verdad!
--Por favor. No sé de dónde sacaste a esa chica alegre que
saludaba a la gente desde el carro de fuego, pero no la he visto desde
entonces.
--Con la de razones que me has dado para estar alegre...
--No tienes que agradarme a mí, yo no te voy a patrocinar.
Finge que soy tu público, encandílame.
--¡Vale! --gruño.
Haymitch adopta el papel del entrevistador y yo intento
responder a sus preguntas de forma adorable, pero no puedo, estoy demasiado
enfadada con él por lo que ha dicho e incluso por tener que responder a las
preguntas. Sólo puedo pensar en lo injusto que es todo, en lo injustos que son
los Juegos del Hambre. ¿Por qué voy dando saltitos de un lado a otro como un
perro amaestrado que intenta agradar a la gente a la que odia? Cuanto más dura
la entrevista, más sale a relucir mi furia, hasta que empiezo a escupirle las
respuestas, literalmente.
--Vale, ya basta --me dice--. Tenemos que encontrar otro
enfoque. No sólo eres hostil, sino que tampoco sé nada sobre ti. Te he hecho
cincuenta preguntas y sigo sin hacerme una idea de cómo son tu vida, tu familia
y las cosas que te importan. Quieren conocerte, Katniss.
--¡Es que no quiero que me conozcan! ¡Ya me están quitando
el futuro! ¡No pueden llevarse también lo que me importaba en el pasado!
--¡Pues miente! ¡Invéntate algo!
--No se me da bien mentir.
--Pues aprende deprisa. Tienes tanto encanto como una babosa
muerta. --Ay, eso duele. Hasta Haymitch tiene que haberse dado cuenta de que se
ha pasado, porque suaviza un poco el tono--. Tengo una idea: intenta actuar con
humildad.
--Humildad.
--Que no te puedes creer que una niña del Distrito 12 haya
podido hacerlo tan bien, que todo esto es más de lo que nunca te hubieras
imaginado. Habla de la ropa de Cinna, de lo simpática que es la gente, de cómo
te asombra esta ciudad. Si no quieres hablar de ti, al menos halágalos. Sigue
diciéndolo una y otra vez, habla con entusiasmo.
Las horas siguientes son una tortura. Al instante queda
claro que no puedo hablar con entusiasmo. Intentamos que me haga la chulita,
pero no tengo la arrogancia necesaria. Al parecer, soy demasiado «vulnerable»
para apostar por la ferocidad. No soy ingeniosa, ni divertida, ni sexy, ni
misteriosa.
Cuando terminamos la sesión, no soy nadie. Haymitch ha
empezado a beber más o menos por la parte ingeniosa y ahora tiene un tono
desagradable.
--Me rindo, preciosa. Limítate a responder las preguntas e
intenta que el público no vea lo mucho que lo desprecias.
Ceno en mi cuarto. Pido una cantidad escandalosa de manjares
y como hasta ponerme mala; después desahogo mi rabia contra Haymitch, los
Juegos del Hambre y todos los seres vivos del Capitolio lanzando platos contra
las paredes de la habitación. Cuando entra en el cuarto la chica del pelo rojo
para abrirme la cama, el estropicio hace que abra mucho los ojos.
--¡Déjalo como está! --le chillo--. ¡Déjalo como está!
A ella también la odio. Odio sus ojos rencorosos que me
llaman cobarde, monstruo, marioneta del Capitolio, tanto entonces como ahora.
Seguro que para ella se está haciendo justicia; al menos mi muerte ayudará a
pagar por la vida del chico del bosque. Sin embargo, en vez de salir corriendo,
la chica cierra la puerta y entra en el servicio, de donde sale con un trapo
húmedo; después me limpia la cara y la sangre que me ha hecho en las manos un
plato roto. ¿Por qué lo hace? ¿Por qué la dejo?
--Tendría que haber intentado salvarte --susurro.
Ella sacude la cabeza. ¿Quiere decir que hicimos bien en no
acercarnos? ¿Qué me ha perdonado?
--No, estuvo mal --insisto.
Ella se da un golpecito en los labios con los dedos y
después me toca con ellos el pecho. Creo que significa que yo también habría
acabado siendo un avox, como ella. Seguramente está en lo cierto: avox o
muerta. Me paso la hora siguiente ayudándola a limpiar el cuarto. Una vez
tirada toda la basura por la tolva y limpiada la comida del suelo, me abre la
cama, me meto dentro como si tuviera cinco años y dejo que me arrope. Después
se va; me gustaría que se quedase hasta que me duerma, que estuviese aquí
cuando me despierte. Quiero la protección de esta chica, aunque ella no tuvo la
mía. Los tacones y el humor de Haymitch me han agotado, y lo último que veo
antes de dormirme es como todos los seres queridos, mis seres queridos, me
sonríen; pero a mí me duele, porque lo hacen como si fuera la última vez.
Por la mañana no aparece ella, sino el equipo de
preparación. Mis clases con Effie y Haymitch han terminado, este día le
pertenece a Cinna, mi última esperanza. Quizá pueda darme un aspecto tan
maravilloso que nadie preste atención a lo que salga de mi boca. El equipo
trabaja conmigo hasta bien entrada la tarde, convirtiendo mi piel en satén
reluciente, trazándome dibujos en los brazos, pintando llamas en mis veinte
perfectas uñas. Después, Venia empieza a trabajarme el pelo; trenza varios
mechones rojos en un recogido que parte de mi oreja izquierda, me rodea la
cabeza y cae convertido en una sola trenza por mi hombro derecho. Me borran la
cara con una capa de maquillaje pálido y vuelven a dibujarme las facciones:
enormes ojos oscuros, labios rojos carnosos, pestañas que despiden rayitos de
luz cuando parpadeo. Por último, me cubren todo el cuerpo de un polvo dorado
que me hace relucir. Entonces entra Cinna con lo que, supongo, será mi vestido,
pero no lo veo, porque está cubierto.
--Cierra los ojos --me ordena.
Primero noto el forro sedoso y después el peso. Debe de
pesar unos dieciocho kilos. Me agarro a la mano de Octavia y me pongo los
zapatos a ciegas, aliviada al comprobar que son al menos cinco centímetros más
bajos que los que Effie utilizó para las prácticas. Ajustan un par de cosas y
toquetean el traje; todos guardan silencio.
--¿Puedo abrir los ojos? --pregunto.
--Sí --responde Cinna--, ábrelos.
Solo me viene a la cabeza que Isabelle no es a la única a la
que le gustará esto. La criatura que tengo frente a mí, en el espejo de cuerpo
entero, ha llegado de otro mundo, un mundo en el que la piel brilla, los ojos
deslumbran y, al parecer, hacen la ropa con piedras preciosas, porque mi
vestido, oh, mi vestido está completamente cubierto de gemas que reflejan la
luz, piedras rojas, amarillas y blancas con trocitos azules que acentúan las
puntas del dibujo de las llamas. El más leve movimiento hace que parezcan
envolverme unas lenguas de fuego. No soy guapa. No soy bella. Resplandezco como
el sol.
Todos se limitan a mirarme durante un rato.
--Oh, Cinna --consigo susurrar por fin--. Gracias.
--Da una vuelta completa --me dice, y extiendo los brazos y
lo hago.El equipo de preparación grita, entusiasmado. Cinna le dice al equipo
que se vaya y hace que me mueva por la habitación con el vestido y los zapatos,
que son muchísimo más manejables que los de Effie. El vestido cae de tal forma
que no tengo que levantarme la falda para caminar, lo que me quita otra
preocupación de encima.
--Bueno, ¿todo listo para la entrevista? --me pregunta
Cinna. A juzgar por su expresión, sé que ha estado hablando con Haymitch, que
sabe lo desastrosa que soy.
--Soy penosa. Haymitch dijo que parecía una babosa muerta.
Lo intentamos todo, pero no era capaz de hacerlo, no puedo ser una de esas
personas que él quiere.
--¿Y por qué no eres tú misma? --me pregunta él, después de
pensárselo un momento.
--¿Yo misma? Tampoco vale. Haymitch dice que soy malhumorada
y hostil.
--Bueno, eso es verdad... cuando estás con Haymitch
--responde Cinna, sonriendo--. A mí no me lo pareces, y el equipo de
preparación te adora; incluso te ganaste a los Vigilantes. En cuanto a los
ciudadanos del Capitolio, bueno, no dejan de hablar de ti. Nadie puede evitar
admirar tu espíritu.
Mi espíritu; eso es nuevo. No sé bien qué significa, aunque
sugiere que soy una luchadora, que soy valiente o algo así. Tampoco es que no
sepa ser agradable. Vale, quizá no vaya por ahí repartiendo amor entre la
gente, quizá sea difícil hacerme sonreír, pero hay personas que me importan.
--¿Y si, cuando estés respondiendo a las preguntas, te
imaginas que estás hablando con un amigo de casa? --me dice, cogiéndome las
manos, que están heladas; las suyas no--. ¿Quién es tu mejor amigo?
--Gale --respondo al instante--, aunque no tiene sentido,
Cinna, porque nunca le contaría esas cosas personales a Gale. Ya las sabe.
--¿Y yo? ¿Podrías considerarme un amigo?
--Creo que sí, pero...
De toda la gente que he conocido desde que me fui de casa,
Cinna es, de lejos, mi favorito. Me gustó desde el principio y no me ha
decepcionado todavía.
--Estaré sentado en la plataforma principal, con los demás
estilistas; podrás mirarme directamente. Cuando te pregunten algo, búscame y
contesta con toda la sinceridad posible.
--¿Aunque lo que piense decir sea horrible? --pregunto,
porque podría ser así, de verdad.
--Sobre todo si crees que es horrible. ¿Lo intentarás?
Asiento. Tenemos un plan... o, al menos, algo a lo que
aferrarme. El momento de salir llega demasiado pronto. Las entrevistas se
realizan en un escenario construido delante del Centro de Entrenamiento. A los
pocos minutos de salir de mi cuarto estaré delante de la multitud, de las
cámaras, de todo Panem.
Cuando Cinna va a girar el pomo de la puerta, le cojo la
mano.
--Cinna... --El miedo escénico me tiene completamente
petrificada.
--Recuerda, ya te quieren --me dice con amabilidad--.
Limítate a ser tú misma.
Nos reunimos con el resto del equipo del Distrito 12 en el
ascensor. Portia y los suyos han trabajado mucho: Peeta está impresionante con
su traje negro con adornos de llamas. Aunque tenemos buen aspecto juntos, es un
alivio que no vayamos vestidos exactamente igual, porque me gustaría verlo; le
quedaría bien mi vestido a juego con los zapatos. Quizás sin los pendientes,
pero con más gemas.
Haymitch y Effie también se han arreglado para la ocasión;
evito a Haymitch, pero acepto los cumplidos de Effie. A pesar de que esta mujer
puede ser fastidiosa y no se entera de nada, al menos no es destructiva, como
Haymitch. Se abren las puertas del ascensor y vemos que los demás tributos se
ponen en fila para subir al escenario. Los veinticuatro nos sentamos formando
un gran arco durante las entrevistas. Yo seré la última, o la penúltima, porque
la chica siempre precede al chico de su distrito. ¡Ojalá pudiera salir la
primera y quitármelo ya de encima! Ahora tendré que escuchar lo ingeniosos,
divertidos, humildes, feroces o encantadores que son los demás antes de que me
toque. Además, el público empezará a aburrirse, igual que los Vigilantes, y no
sería buena idea dispararles una flecha para llamar su atención.
Justo antes de que salgamos a desfilar por el escenario,
Haymitch se nos acerca por detrás y gruñe:
--Recordad, seguís siendo una pareja feliz, así que actuad
como si lo fuerais.
¿Qué? Creía que habíamos dejado eso cuando Peeta pidió
entrenamientos separados, pero supongo que se trataba de una cosa privada, no
pública. En cualquier caso, no tenemos mucho espacio para interactuar, ya que
caminamos de uno en uno hasta nuestros asientos y ocupamos nuestros sitios.
Con tan sólo poner el pie en el escenario, ya se me acelera
la respiración. Noto los latidos de las venas en las sienes. Es un alivio
llegar a la silla, porque, entre los tacones y el temblor de piernas, me da
miedo tropezar. Aunque ya cae la noche, el Círculo de la Ciudad está más
iluminado que un día de verano. Han construido unas gradas elevadas para los
invitados prestigiosos, con los estilistas colocados en primera fila. Las
cámaras se volverán hacia ellos cuando la multitud reaccione a su trabajo.
También hay un gran balcón reservado para los Vigilantes, y los equipos de
televisión se han hecho con casi todos los demás balcones. Sin embargo, el
Círculo de la Ciudad y las avenidas que dan a él están completamente
abarrotados de gente, todos de pie. En las casas y en los auditorios
municipales de todo el país, todos los televisores están encendidos, todos los
ciudadanos de Panem nos ven. Esta noche no habrá apagones.
Caesar Flickerman, el hombre que se encarga de las
entrevistas desde hace más de cuarenta años, entra en el escenario. Da un poco
de miedo, porque su apariencia no ha cambiado nada en todo ese tiempo: la misma
cara bajo una capa de maquillaje blanco puro; el mismo peinado, aunque cada año
lo tiñe de un color diferente; el mismo traje de ceremonias, azul marino
salpicado de miles de diminutas bombillas que centellean como estrellas. En el
Capitolio tienen cirujanos que hacen a la gente más joven y delgada, mientras
que, en el Distrito 12, parecer viejo es una especie de logro, ya que muchos
mueren jóvenes. Si ves a un anciano te dan ganas de felicitarlo por su
longevidad, de preguntarle el secreto de la supervivencia. Todos envidian a los
gorditos, porque su aspecto significa que no han tenido problemas para comer,
como la mayoría de nosotros. Aquí es distinto: las arrugas no son deseables, y
una barriga redonda no es símbolo de éxito.
Este año, Caesar lleva el pelo de color celeste, y los
párpados y labios pintados del mismo tono. Está raro, aunque no da tanto miedo
como el año pasado, que iba de escarlata y daba la impresión de que estaba
sangrando. El presentador cuenta algunos chistes para animar a la audiencia y
después se pone manos a la obra. La chica del Distrito 1 sube al centro del
escenario con un provocador vestido transparente dorado y se une a Caesar para
la entrevista. Está claro que su mentor no ha tenido ningún problema al elegir
su enfoque: con ese precioso cabello rubio, los ojos verde esmeralda, un cuerpo
alto y esbelto..., es sexy la mires por donde la mires, aunque prefiero a mi
Izzy.
Las entrevistas duran tres minutos, pasados los cuales suena
un zumbido y sube el siguiente tributo. Hay que reconocer que Caesar hace todo
lo posible por que los tributos brillen; es agradable, intenta tranquilizar a
los nerviosos, se ríe con las bromas tontas y puede convertir una respuesta
floja en algo memorable sólo con su reacción. Permanezco sentada como una dama,
siguiendo las instrucciones de Effie, mientras los distritos siguen pasando, 2,
3, 4.
--Bienvenido Max --le dice Caesar mientras le da un apretón
de manos inclinándose un poco para estar aproximadamente a su altura.
--Hola --responde Max tímido. Su traje es únicamente de
color café, como sus ojos: su pequeña camisa amarillo limón, esa pajarita que
tiembla cuando Max se mueve, la chaqueta cerrada y los pantalones bastante estrechos,
aunque todavía anchos para sus piernas, y unos zapatos tan relucientes que
parece que los acaben de bañar en aceite; tengo un miedo absurdo a que resbale.
--Bueno Max --continúa Caesar cuando se han sentado. Hace
una pausa que se me hace eterna ¿Solo son tres minutos de entrevista?-- No sé
si soy el único que se pregunta cómo conseguiste ese 7 --dice sonriéndole a él
y luego al público. ¿Sacó un siete? Me siento muy mal, como si fuera una madre
descuidada. Estaba tan inmersa en ‘La flecha y el cerdo’ y ‘Peeta el traidor’
que se me había olvidado Max.
--¿Puedo decirlo? --dice inocente--, porque no lo creo
--acaba, alzando una ceja y cambiando el tono de su voz, como divertido. No lo
puedo creer. Caesar suelta unas sonoras carcajadas y el público lo acompaña.
--Pareces un chico listo --dice aún con el último filo de su
risa en la boca.
--Lo soy --le corrige otra vez un divertido Max. El público
estalla en risas y aplausos. Caesar le señala con una mano mientras se troncha
de nuevo en su asiento--, además de encantador --añade mirando al público. Este
no es mi Max, al que yo protegía y entrenaba. Este Max se parece a su verdadero
hermano; Jace.
--Lo eres, lo eres… --le responde Caesar cuando ya se ha
calmado; el público aún continúa.-- Y, si se me permite preguntar… --dice
cauteloso. Max hace un gesto con la mano invitándole a continuar.-- ¿Cuál será
la estrategia de este ingenioso y atrevido joven? --ese no es Max ni de lejos.
--Pues lo siento, pero yo sólo conozco la estrategia del
joven atrevido.
Creo que Max liberará al pueblo; estoy segura de qué unos
segundos más y todo el Capitolio morirá por atragantamiento de risa excesiva en
la garganta.
--Pues dinos la de ese entonces --dice Caesar limpiando una
lágrima con la punta de su dedo meñique, delicadamente.
--Que los demás conozcan al ingenioso --suena el zumbido que
anuncia el final de la entrevista, pero entre las risas, los aplausos y los
gritos de la gente apenas se oye, pero Max se retira igual.
Todos tienen un enfoque igual que Max: el chico monstruoso
del Distrito 2 es una máquina de matar implacable; la chica con cara astuta del
Distrito 5 es maliciosa y escurridiza, como una comadreja. Veo a Cinna en
cuanto se sienta, pero ni siquiera su presencia me relaja. 8, 9, 10. El chico
cojo del Distrito 10 es muy callado. Me sudan una barbaridad las manos y el
vestido de piedras preciosas no es absorbente, así que me resbalan si intento
secármelas en él. 11. Rue, con un vestido de gasa y alas, revolotea hasta
Caesar, y la multitud guarda silencio al ver a la chica, que parece un soplo de
aire mágico. El presentador la trata con dulzura y alaba el siete que sacó en
los entrenamientos, una puntuación muy alta para alguien tan pequeño. Cuando le
pregunta cuál será su punto fuerte en el estadio, ella no vacila:
--Cuesta atraparme --dice, con voz trémula--. Y, si no me
atrapan, no podrán matarme, así que no me descarte tan deprisa.
--Ni en un millón de años --responde Caesar, animándola.
El chico del Distrito 11, Thresh, tiene la misma piel morena
de Rue, pero ahí se acaba el parecido. Es uno de los gigantes, casi dos metros
de altura, y tiene la constitución de un buey, aunque sé que ha rechazado las
invitaciones de los tributos profesionales para unirse a ellos. Ha preferido
quedarse solo, sin hablar con nadie y mostrando poco interés por el
entrenamiento. Aun así, ha conseguido un diez, y no cuesta imaginar qué ha
impresionado a los Vigilantes. Hace caso omiso de los intentos de Caesar por
bromear con él y responde con sí o no, o, simplemente, no dice nada. Si yo
tuviera su tamaño podría causar buena impresión siendo malhumorada y hostil...
¡y no pasaría nada! Estoy segura de que la mitad de los patrocinadores está ya
pensando en ayudarlo a él. Si yo tuviese dinero, también lo haría.
Y ahora llaman a Katniss Everdeen, y me siento como en un
sueño, levantándome y acercándome al escenario central. Acepto el apretón de
manos de Caesar y él tiene la elegancia de no limpiarse el sudor de inmediato
en el traje.
--Bueno, Katniss, el Capitolio debe de ser un gran cambio,
comparado con el Distrito 12. ¿Qué es lo que más te ha impresionado desde que
estás aquí?
¿Qué? ¿Qué ha dicho? Es como si las palabras no tuviesen
sentido. Se me ha quedado la boca seca como una suela de zapato. Busco con
desesperación a Cinna entre la multitud y lo miro a los ojos; me imagino que
las palabras han salido de sus labios: «¿Qué es lo que más te ha impresionado
desde que estás aquí?». Me devano los sesos intentando pensar en algo que me
haya hecho feliz desde mi llegada. «Sé sincera --pienso--. Sé sincera.»
--El estofado de cordero --consigo decir. Caesar se ríe y me
doy cuenta, vagamente, de que parte del público hace lo mismo.
--¿El de ciruelas pasas? --pregunta Caesar, y yo asiento--.
Oh, yo lo como sin parar. --Se vuelve hacia la audiencia, horrorizado, con la
mano en el estómago--. No se me notará, ¿verdad? --Todos gritan para animarlo y
aplauden. A esto me refería: él siempre intenta ayudarte--. Bueno, Katniss
--sigue, en tono confidencial--, cuando apareciste en la ceremonia inaugural se
me paró el corazón, literalmente. ¿Qué te pareció aquel traje?
Cinna arquea una ceja. Tengo que ser sincera.
--¿Quieres decir después de comprobar que no moría abrasada?
Carcajada del presentador, carcajadas auténticas del
público.
--Sí, a partir de ahí.
--Pensé que Cinna era un genio --Cinna, amigo mío, tenía que
decírtelo de todas formas--, que era el traje más maravilloso que había visto y
que no me podía creer que lo llevase puesto. Tampoco puedo creerme que lleve
éste. --Levanto la falda para extenderla--. En fin, ¡fíjate!
Mientras el público se deshace en exclamaciones de
admiración, veo que Cinna mueve el dedo en círculos; sé qué quiere decirme:
«Gira para mí».
Me levanto, doy un giro completo y la reacción es inmediata.
--¡Oh, hazlo otra vez! --me pide Caesar, así que levanto los
brazos y doy vueltas y más vueltas, dejando que la falta flote, dejando que el
vestido me envuelva en llamas. El público me vitorea. Cuando me detengo, tengo
que agarrarme al brazo del presentador--. ¡No te pares! --me dice.
--Tengo que hacerlo. ¡Me he mareado!
También estoy soltando risitas tontas, que es algo que, me
parece, no he hecho en la vida. Los nervios y los giros han podido conmigo.
--No te preocupes, te tengo --me dice Caesar, rodeándome con
un brazo--. No podemos dejar que sigas los pasos de tu mentor. --Todos empiezan
a abuchear y las cámaras enfocan a Haymitch, que ahora es famoso por su caída
en la cosecha; él agita una mano para callarlos, de buen humor, y me señala--.
No pasa nada --dice el presentador para tranquilizar a la multitud--, conmigo
está a salvo. Bueno, hablemos de la puntuación: on-ce. Danos una pista de lo
que pasó allí dentro.
--Ummm... --digo, mirando a los Vigilantes, que están en el
balcón, y me muerdo un labio--. Sólo diré una cosa: creo que nunca habían visto
nada igual.
Las cámaras enfocan a los Vigilantes, que están riéndose y
asintiendo.
--Nos estás matando --protesta el presentador, como si le
doliese de verdad--. Detalles, detalles.
--Se supone que no puedo contar nada, ¿verdad? --pregunto,
mirando al balcón.
--¡Así es! --grita el Vigilante que se cayó dentro de la
ponchera.
--Gracias --respondo--. Lo siento, mis labios están
sellados.
--Entonces volvamos al momento en que dijeron el nombre de
tu hermana en la cosecha --sigue el presentador, con un tono más pausado--. Tú
te presentaste voluntaria. ¿Nos puedes hablar de ella?
No, no, no, a vosotros no, pero quizá a Cinna sí. Creo que
no me estoy imaginando la tristeza que expresa su rostro.
--Se llama Prim, sólo tiene doce años y la amo más que a
nada en el mundo.
El silencio era tan absoluto que no se oía ni un suspiro.
--¿Qué te dijo después de la cosecha?
Sé sincera, sé sincera. Trago saliva.
--Me pidió que intentase ganar como pudiera.
La audiencia está paralizada, pendiente de cada palabra.
--¿Y qué respondiste? --pregunta Caesar, con amabilidad,
pero, en vez de sentirme arropada, noto que un frío glacial me recorre el
cuerpo y que pongo los músculos en tensión, como antes de atrapar una presa.
Cuando hablo, mi tono de voz parece haber bajado una octava.
--Le juré que lo haría.
--Seguro que sí --dice él, apretándome la mano. Entonces
suena el zumbido--. Lo siento, nos hemos quedado sin tiempo. Te deseo la mejor
de las suertes, Katniss Everdeen, tributo del Distrito 12.
Los aplausos continúan mucho después de sentarme. Miro a
Cinna para que me tranquilice, y él levanta el pulgar para indicarme que todo
ha ido bien. Me paso aturdida la primera parte de la entrevista de Peeta,
aunque veo que tiene al público en sus manos desde el principio; los oigo reír
y gritar. Está utilizando lo de ser el hijo del panadero para comparar a los
tributos con los panes de sus distritos. Después cuenta una anécdota divertida
sobre los peligros de las duchas del Capitolio.
--Dime, ¿todavía huelo a rosas? --le pregunta a Caesar, y
después se pasan un rato olisqueándose por turnos, lo que hace que todos se
partan de risa. Empiezo a recuperar la concentración cuando Caesar le pregunta
si tiene una novia en casa.
Peeta vacila y después sacude la cabeza, aunque no muy
convencido.
--¿Un chico guapo como tú? Tiene que haber una chica
especial. Venga, ¿cómo se llama?
--Bueno, hay una chica --responde él, suspirando--. Llevo
enamorado de ella desde que tengo uso de razón, pero estoy bastante seguro de
que ella no sabía nada de mí hasta la cosecha.
La multitud expresa su simpatía: comprenden lo que es un
amor no correspondido.
--¿Tiene a otro?
--No lo sé, aunque les gusta a muchos chicos.
--Entonces te diré lo que tienes que hacer: gana y vuelve a
casa. Así no podrá rechazarte, ¿eh? --lo anima Caesar.
--Creo que no funcionaría. Ganar... no ayudará, en mi caso.
--¿Por qué no? --pregunta Caesar, perplejo.
--Porque... --empieza a balbucear Peeta, ruborizándose--.
Porque... ella está aquí conmigo.
me gusta mucho divergente, los juegos del hambre y cazadores de sombras y ahora tengo un blog k tiene una historia k tiene esencia de esas tres !! si es que.. porqué no lo he encontrado antes? sigue así.
ResponderEliminarGRACIAAAASSSSS!!!!!!!!!!!!!!!!! ;))
EliminarMe preocupaba que a la gente no le gustara demasiado esta historia, pero ahora veo que sí ;D
De verdad me has animado muchísimo, y seguiré con ella, espero que hasta el final ;O