Hola chi@s... estoy estresada y un poco depre, y lo siento por no publicar en tanto tiempo, pero es que... los exámenes, los trabajos... TODO!! Bua, encima no me encuentro bien. He encontrado un huequito para escribir este relato corto, y he pensado que por lo menos puede dejaros esto. Lo siento, espero no tardar tanto en volver, pero es que no sé si seguir o no con el blog... ya me decís si os gusta el relato o qué.
BESOS PACHUCHOS DE VUESTRA ESCRITORA ;((
Relato corto: De día y de noche
Algunos creen
que todas las mañanas son iguales. Cometen un gran error.
Algunas
personas acuden al trabajo, al colegio, al instituto, a la universidad...
distintas formas de poner tus capacidades a prueba. También hay distintas
formas de apagar el despertador: darle un golpecito, maldecir contra la
almohada y tirarlo de la mesita, arrancar el enchufe de cuajo, o directamente
tirarlo por la ventana como una pelota en un partido de béisbol (nunca hagas
eso si se trata de un bebé aullando, créeme).
Puede que a
veces te enredes con las sábanas, que se te peguen al cuerpo, que te hayas
desarropado durante la noche y estés helada… Otros motivos por los que una no
sale de la cama pueden ser que hace frío fuera del edredón, tienes calambres
menstruales, enfermas de la noche a la mañana, te duele la espalda, el café del
desayuno no es suficientemente bueno, tu pasta de dientes te provoca arcadas, o
un perro te espera enseñando los dientes fuera de la tienda de campaña (en caso
de camping veraniego).
Después,
cuando ya lo has conseguido y te pones frente al espejo: tienes ojeras, estás
pálida, tu pelo se encrespa y así se queda por mucho que lo intentes, la baba
se te ha secado en la mejilla o te ha salido una espinilla en mitad de la
frente imitando a un botón de autodestrucción.
El elegir la
ropa también puede ser una auténtica odisea, y por la mañana parece que el
tiempo pasa más rápidamente sólo para estresarte, por lo que no tenemos tiempo
para odiseas matutinas no programadas.
En resumen,
nuestras mañanas están marcadas por la rutina. Yo siempre lo había creído, y
minutos más tarde entenderé que eso es falso, y que siempre lo será para todo
el mundo esté donde esté, haga lo que haga, crea lo que quiera a crea creer. Al
destino le gusta jugar sucio y lo que me va ha hacer a mí no se lo perdonaré
jamás.
Hoy, lunes 27
de marzo, me levanto, programo la cafetera, me visto con el uniforme escolar,
cepillo mi melena, me maquillo un poco resaltando mis pómulos altos y me enfundo mis calcetines blancos hasta la
rodilla antes de ajustarme los zapatos. Justo cuando veo la mancha de sangre
sobre la tela de algodón blanca el olor a café recién molido inunda mis fosas
nasales y la cafetera produce un ligero pitido anunciando que mi taza caliente
espera. Me quedo ahí atascada, inclinada sobre mi eje, inspeccionando la oscura
mancha asimétrica.
Entonces
recuerdo que lo único que sé, es que no recuerdo nada; y la rutina cae.
Un recuerdo,
rápido como un destello, explota en la parte trasera de mi cabeza y me induce a
vomitar sobre el linóleo de la cocina: la noche anterior, mientras volvía ebria
de una fiesta, abrí mucho los ojos al notar como los faros del coche golpeaban
mi cráneo en un cruce mientras bailaba junto con otra amiga, sin rumbo, en
medio de la carretera, sin percatarnos de dónde estábamos siquiera. Vuelvo a
oír fugazmente el recuerdo del crujido de mi frente al quebrarse y partirse en
dos como un huevo contra el borde de una sartén cuando el morro del coche se
ensaya con ella. Visualizo la mancha roja que tiñe la luz amarilla del
automóvil en naranja, y mis sesos rosados esparcidos por completo en el
parabrisas. Mi amiga tenía los ojos completamente en blanco cuando la rueda delantera
del coche pasaba entre sus omóplatos, y lo único que puedo pensar es que la
mancha de aceite no se iría fácilmente de su blusa favorita. Me quedo tirada en
el suelo, mis uñas sucias (si me las miro, todavía tengo sangre seca entre los
recovecos de las cutículas), aleteando como un ruiseñor gracias a los espasmos
de mi brazo, post mortem.
Todo se vuelve
oscuro y me pregunto por qué he hecho todo lo que hago siempre.
La rutina cae.
La mañana se
desploma.
Oigo a la
gente murmurando mientras los agentes meten mi cuerpo en una bolsa de plástico
negra, y lo último que veo es como la cremallera me roba la luz iridiscente de
la mañana.
Estoy
segura de que nuestros ojos están completamente en blanco, y de que el café se
ha enfriado.