martes, 27 de agosto de 2013

Capítulo 4: En mi mente de hielo agrietado

Capítulo 4

Como hoy es mi santo (aunque no creo en nada) publico el capítulo 4. Espero que os guste. Os prometo que cuando la historia avance os va a encantar la relación.


Me mira como lo hace él a veces, y yo no creo ser lo más bonito e importante que hay por aquí, pero él lo hace igual. Me rindo y relajo mi expresión, pero todavía sigo confusa; no tengo derecho a estar enfadada con él; dijo la cruda realidad.
Suena el timbre cuando un chico acaba su enorme castillo de naipes y todo el mundo aplaude. Yo por el contrario salgo de allí a toda prisa, sin esperar a nadie. Me dirijo hacia la vieja cafetería, que se encuentra aislada del edificio principal, al otro lado del patio. Ha empezado a nevar y los copos de nieve cubren la parte superior de mi bonito gorro. Camino deprisa y cuando llego soy la primera en hacerlo; la señora amable que sirve la comida era jurado en el concurso, y supongo que tardará en llegar. 
Mi estómago gruñe, y yo con él. Dejo el dinero sobre la fina redecilla que se pondrá la mujer al llegar, y me sirvo yo sola; hay sopa caliente con verduras y pollo. Tomo asiento en mi habitual sitio del comedor, que no está muy alejado de la ventana, pero si del jaleo habitual proveniente de las otras mesas. 
Por primera vez recibo a la banqueta dura de madera que me espera frente de la mesa con agrado; no soporto las butacas del salón de actos. No por qué no sean cómodas, que sí lo son, sino por qué aquí no tengo la mirada irresistible de súplica y perdón que me lanzaba Erik.
Erik. Erik. Su nombre me produce un cosquilleo en el estómago, que atribuyo a la temperatura de la sopa, aunque no sea cierto. 
El comedor se llena poco a poco, sin que me dé cuenta, absorta en los pensamientos sobre Erik. Alguien se sienta frente a mí, y yo no le miro; en ninguna de las posibilidades cabe que esa persona pueda hacerme feliz. Se coloca a mi lado y sus dedos rozan los míos cuando deposita su bandeja en la mesa. Me recorre todo el cuerpo una sensación indescriptible y mis manos empiezan a temblar. Cierro los puños para disimular el temblor y levanto la mirada poco a poco, sin querer llegar al final. – Siento haber sido tan brusco, no quería sonar así, de verdad.
– No tienes por qué disculparte -digo, forzando una pequeña sonrisa que, al final, se desvanece, como el ardiente vapor que deja escapar mí sopa-, es cierto –en ese momento miro hacia mi sopa y trago saliva; las palabras han salido ahogadas- .  Solo fue que esa mujer te desesperó, no te culpo, a mí también –soy rápida; una buena causa, que le disculpa, que quizás incluso sea cierta y no había pensado. Entonces el coge mi mano, tentándome a mirar sus absorbentes ojos.
– No-no-no soy así, de verdad – esta muy nervioso, pero aun así puede lanzarme una mirada llena de ternura- quiero ser tu amigo, ¿Puedo? –la duda inunda sus ojos, que le brillan a causa del reflejo de la luz que entra por la ventana. Es poca, pero los hace preciosos…  No pienses eso tonta. He perdido la cuenta de cuantas veces me lo he dicho hoy.                 
– Pues claro –digo mirándole con cariño, y acariciando una sola vez con mi dedo pulgar la superficie de su cálida mano, para apartarla rápidamente cuando llega Julie. 
- ¿He interrumpido algo? –dice con voz pícara.
– N-no, siéntate, anda –digo yo. Claro que, sí lo ha hecho. Pero no se lo digo, y los tres comemos sin decir una sola palabra. Erik y yo rojos de emoción por nuestra nueva amistad, aunque yo más bien por haber acariciado su piel con la mía. Seguimos comiendo hasta que acabamos y volvemos al resplandeciente salón de actos. 

Mientras nos dirigimos hacia allí, Erik sacude mi gorro con su mano y un montoncito de nieve cae sobre mi nariz. Después sale corriendo, y yo detrás de él. Al cabo de un rato corriendo y tirándonos nieve mutuamente, lo alcanco y me tiro sobre él. Caemos en la esponjosa hierba cubierta de nieve, que me refresca al instante, demasiado. Me levanto tiritando y restriego mis manos por los brazos; mi abrigo me guarda la butaca en el salón de actos, y yo estoy ahora calada hasta los huesos. Erik abre su chaqueta y yo me introduzco dentro, robándole el calor del cuerpo. Me acaricia la espalda dentro de su abrigo y yo me tenso y relajo a la vez. Ese gesto es tan agradable que suelto todo el aire de mi cuerpo en un suspiro. Por otra parte, mi cerebro, menos compasivo que mi cuerpo, me acribilla a preguntas: ¿Por qué lo había hecho?, ¿Qué significaba eso?, ¿Cómo reaccionaría ahora?, y la que más me taladra el cráneo era ¿Podía sentir él algo hacia mí? Vuelvo a llamarme estúpida por lo bajo y me aprieto contra él, y el contra mí. Al cabo de unos cinco agradables segundos se aparta un poco, pero no me suelta, me mira y me dice, mostrando una enorme sonrisa en su rostro:
- Será mejor que entremos, antes de que te conviertas en un cubito gigante de hielo.
– Eso será culpa tuya –le digo yo esbozando una sonrisa tímida en mi rostro.
– Pero lo estoy intentando remediar, ¿No? –dice sonriéndome de nuevo, y moviendo sus manos de arriba abajo, lentamente, hasta llegar a mi cintura.
– Eso parece –digo, separándome poco a poco de él. Cuando ninguna parte de mi cuerpo toca el suyo, giro rápidamente, salgo de mi pequeño refugio y echo a correr hacia el salón de actos. 
Él me sigue de cerca hasta las butacas. En cuanto llegamos siento como mi cuerpo recupera el calor pedido, y me fundo con la butaca.
Julie no ha llegado todavía, y no sé qué decirle a Erik. Esta sentado a mi lado, entretenido con los cordones de sus zapatos y se lo agradezco; esto es un poco incómodo. Rezo para que el espectáculo continúe y, como si me estuvieran escuchando, comienza en el acto.
Mientras unas chicas hacen una pirámide gigante humana, yo me doy cuenta de que estoy mirando a Erik, de la forma en que él me miraba a mí. Aparto la vista y, cuando al cabo de un rato las chicas gritan y la pirámide se derrumba, me pongo a pegarle compulsivamente rápidos golpecitos a mí butaca con la mano. No aguanto estar encerrada más tiempo, me ahogo. 
Una vez, me enfadé tanto con mi padre que me abstraje del mundo, y sin quererlo, de Moonbeam también. Pasó una semana hasta que baje a cuidarla, en vez de diariamente, como hago siempre. Su pelo yo no era blanco puro y brillante, sino de un gris apagado y tupido. Sus movimientos eran nerviosos, ya que no había salido a galopar como de costumbre. Sus fosas nasales se abrían y cerraban fuertemente, como si se ahogara.          
Así me siento yo ahora. Después de estar así como una hora, Julie me acaricia el brazo para tranquilizarme y yo pienso en si he relinchado, pero de haberlo hecho no me acuerdo. Ella me coge de la mano y tira de mí, no sin antes yo coger mi abrigo; ya me he congelado una vez hoy. Salimos al pasillo y ella empieza a correr. Yo la sigo, pero no para. Al cabo de un rato corriendo por el intrincado laberinto al que llamamos instituto, se para, jadeando, y yo la imito. Me señala con la cabeza unas puertas: Salón de actos. ¿Para qué nos hemos pegado esa absurda carrera?
- Así… dejarás… de pegar… golpecitos… a tu butaca –me dice, entrecortadamente por culpa de los jadeos. No sé si me ha preguntado o solo me lo ha dicho, pero solo asiento y volvemos a entrar.

2 comentarios:

  1. genial, perfecto, igual que los otros ;)

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  2. Ay me estas alegrando la madrugada ;))
    Jajajajaja
    Si esta te ha gustado te recomiendo esta otra (es la mía nueva) http://notepierdasnadadeljdh.blogspot.com.es/2013/09/primer-capitulo.html

    BESITOS!!!!!!

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No insultes, porqué aunque esté mentalmente desorientada, mandaré a unos mutos a por ti, y tu comentario acabará en el Árbol del ahorcado.
Gracias por comentar y que te ayude ayude el Ángel ;))