Como siempre deseo que os guste y me despido con lágrimas en los ojos!!!!!!!!!!!!!!
Capítulo 8: Dar el primer paso sin resbalar
De camino al ascensor, me coloco el arco en un hombro y el
carcaj en el otro. Después aparto a los avox boquiabiertos que protegen los
ascensores y le doy al botón número doce con el puño. Las puertas se cierran y
salgo disparada hacia arriba. Consigo llegar a mi planta antes de que las
lágrimas empiecen a bajarme por las mejillas. Oigo que los demás me llaman
desde el salón, pero salgo corriendo por el vestíbulo hasta llegar a mi cuarto,
cierro con pestillo y me tiro en la cama. Ahí es cuando empiezo a llorar de
verdad. ¡Lo he hecho! ¡Lo he echado todo a perder! Cualquier rastro de
oportunidad que tuviera se desvaneció al disparar esa flecha a los Vigilantes.
¿Qué me harán ahora? ¿Detenerme? ¿Ejecutarme? ¿Cortarme la lengua y convertirme
en un avox para que pueda servir a los futuros tributos de Panem? ¿En qué
estaba pensando? Por supuesto, no estaba pensando, disparé a la manzana por la
rabia que me daba que no me hiciesen caso. No intentaba matarlos. ¡De haberlo
intentado, ya estarían muertos! Bueno, ¿qué más da? De todos modos, no iba a
ganar los juegos, así que ¿qué importa lo que me hagan? Lo que de verdad me
asusta es lo que puedan hacerles a mi madre y a Prim, lo que pueda sufrir mi
familia por culpa de mi imprudencia. Jace, Isabelle, incluso Alec; que sentirán
si Jeanine Matthews (la Vigilante Jefe) se deshace de mí y no puedo cuidar a
Max. ¿Les quitarán lo poco que tienen o enviarán a mi madre a la cárcel y a
Prim al orfanato? ¿Los matarán? No los matarán, ¿verdad? ¿Por qué no? ¿Qué más
les da a ellos? Tendría que haberme quedado para disculparme, o para reírme,
como si hubiese sido una broma, quizás eso los habría vuelto más indulgentes.
Sin embargo, en vez de eso, voy y salgo de allí corriendo de la forma más
irrespetuosa posible.
Haymitch y Effie están llamando a la puerta; les grito que
se vayan y, al cabo de un rato, lo hacen. Tardo al menos una hora en llorar
todo lo que puedo; después me quedo hecha un ovillo en la cama, acariciando las
sábanas de seda, viendo cómo se pone el sol sobre la artificial silueta de
caramelo del Capitolio. Al principio creo que vendrán a detenerme de un momento
a otro, pero, conforme pasa el tiempo y la cosa parece menos probable, me
calmo. Siguen necesitando a los dos tributos del Distrito 12, ¿no? Si los
Vigilantes quieren castigarme, pueden hacerlo en público, esperar a que esté en
el estadio y así lanzarme animales salvajes hambrientos. Se asegurarán de que
no tenga arco y flechas para defenderme. Sin embargo, antes me darán una
puntuación tan baja que nadie en su sano juicio querrá patrocinarme. Eso es lo
que pasará esta noche. Como los telespectadores no pueden ver el entrenamiento,
los Vigilantes anuncian la clasificación de cada jugador, lo que le da a la
audiencia un punto de partida para las apuestas que continuarán durante todos
los juegos. El número, una cifra entre uno y doce, donde el uno es
rematadamente malo y el doce inalcanzablemente bueno, representa lo prometedor
que es el tributo. La nota no garantiza quién ganará, no es más que una
indicación del potencial que ha demostrado el tributo en el entrenamiento.
Debido a las variables del campo de batalla real, los tributos con puntuación
más alta suelen caer casi de inmediato y, hace unos años, el chico que ganó los
juegos sólo recibió un tres. En cualquier caso, la clasificación puede ayudar o
perjudicar a un tributo en la búsqueda de patrocinadores. Yo esperaba que mis
habilidades con el arco me dieran un seis o un siete, aunque no tenga mucha
fuerza física, pero ahora estoy segura de que tendré la nota más baja de los
veinticuatro. Si nadie me patrocina, mis posibilidades de seguir viva se
reducirán casi a cero. Decepcionaré a todas las personas a las que quiero:
Isabelle con nuestro entrenamiento; Jace haciéndome conocer todas las runas, y
algunas técnicas de lucha; Cuatro y lo cuchillos que me enseñaba a lanzar; Gale
y mi familia, que me enseñaron a sobrevivir y amar; Clary, Tris y Madge, con su
fuerza, la que me hace sonreír a pesar de vivir en este horrible mundo, con
estos horribles juegos que probaré de primera mano; Peeta, que me dio esperanza
y una segunda oportunidad, que nadie nunca me ha dado, ese día… Los
decepcionaré a todos, y sobre todo a mí misma; tengo que salir hacia delante y
superar todos los obstáculos que me pongan personalmente. Antes podía pensar en
ganar, ¿por qué ahora no? Ya se han desquitado conmigo, con todos nosotros en
estos juegos, solo tengo que ir un paso por delante sin tropezar.
Doy el primero. Cuando Effie llama a la puerta para la cena,
decido que será mejor ir.
Esta noche televisarán el resultado de las puntuaciones y no
puedo esconderme para siempre. Voy al servicio y me lavo la cara, aunque sigue
roja y moteada. Todos me esperan a la mesa, incluso Cinna y Portia; ojalá no
hubiesen aparecido los estilistas porque, por algún motivo, no me gusta la idea
de decepcionarlos. Es como si hubiese tirado a la basura sin pensarlo el gran
trabajo que hicieron en la ceremonia inaugural. Evito mirar a los demás a los
ojos mientras me tomo a cucharaditas la sopa de pescado; está salada, como mis
lágrimas.
Los adultos empiezan a chismorrear sobre el tiempo y yo dejo
que Peeta me mire a los ojos. Él arquea las cejas, como si preguntara: «¿Qué ha
pasado?». Me limito a sacudir la cabeza rápidamente. Después, cuando llega el
segundo plato, oigo decir a Haymitch:
--Vale, basta de cháchara. ¿Lo habéis hecho muy mal hoy?
--Creo que da igual --responde Peeta--. Cuando aparecí,
nadie se molestó en mirarme; estaban cantando una canción de borrachos, creo.
Así que me dediqué a lanzar algunos objetos pesados hasta que me dijeron que
podía irme.
Eso me hace sentir mejor; Peeta no ha atacado a los
Vigilantes, pero al menos a él también lo provocaron.
--¿Y tú, preciosa? --me pregunta Haymitch. Por algún motivo,
oír que me llama preciosa me molesta lo suficiente para ser capaz de hablar.
--Les lancé una flecha.
--¿Que qué? --exclama Effie, y el horror que se refleja en
su voz confirma mis peores temores.
Todos dejan de comer.
--Les lancé una flecha. Bueno, no a ellos, en realidad, sino
hacia ellos. Fue como dice Peeta: no me hacían caso mientras disparaba y...
perdí la cabeza, ¡así que apunté a la manzana que tenía en la boca su estúpido
cerdo asado! --exclamo, desafiante.
--¿Y qué dijeron? --pregunta Cinna, con cautela.
--Nada. Bueno, no lo sé, me fui después de eso.
--¿Sin que te diesen permiso? --pregunta Effie, pasmada.
--Me lo di yo misma --respondo.
Recuerdo que le prometí a Prim hacer todo lo posible por
ganar, y me siento como si me hubiesen tirado encima una tonelada de carbón.
--En fin, ya está hecho --concluye Haymitch, untándose con
mantequilla un panecillo.
--¿Crees que me detendrán? --pregunto.
--Lo dudo. A estas alturas sería un problema sustituirte.
--¿Y mi familia? ¿Los castigarán?
--No creo. No tendría mucho sentido. Tendrían que desvelar
lo sucedido en el Centro de Entrenamiento para que tuviese algún efecto en la
población, la gente tendría que saber lo que hiciste; pero no pueden, porque es
secreto, así que sería un esfuerzo inútil. Lo más probable es que te hagan la
vida imposible en el estadio.
--Bueno, eso ya nos lo han prometido de todos modos --dice
Peeta.
--Cierto --corrobora Haymitch, y me doy cuenta de que ha
pasado lo imposible: están intentando animarme. Haymitch coge una chuleta de
cerdo con los dedos, lo que hace que Effie frunza el ceño, y la moja en el
vino. Después arranca un trozo de carne y empieza a reírse--. ¿Qué cara
pusieron?
--De pasmados --respondo, empezando a sonreír--. Aterrados.
Eeeh..., ridículos, al menos algunos. --Una imagen me viene a la cabeza--. Un
hombre tropezó al retroceder de espaldas y se cayó en una ponchera.
Haymitch se ríe a carcajadas y todos lo imitamos, excepto
Effie, aunque está reprimiendo una sonrisa.
--Bueno, les está bien empleado. Su trabajo es prestaros
atención, y que seas del Distrito 12 no es excusa para no hacerte caso
--afirma. Después mira a su alrededor, como si hubiese dicho algo
escandaloso--. Lo siento, pero es lo que pienso --repite, sin dirigirse a nadie
en concreto.
--Me darán una mala puntuación --comento.
--La puntuación sólo importa si es muy buena. Nadie presta
mucha atención a las malas o mediocres. Por lo que ellos saben, podrías estar
escondiendo tus habilidades para tener mala nota adrede. Hay quien usa esa
estrategia --explica Portia.
--Espero que interpreten así el cuatro que me van a dar
--dice Peeta--. Como mucho. De verdad, ¿hay algo menos impresionante que ver
cómo alguien levanta una bola pesada y la lanza a doscientos metros? Estuve a
punto de dejarme caer una en el pie.
Sonrío y me doy cuenta del hambre que tengo. Corto un trozo
de cerdo, lo mojo en el puré de patatas y empiezo a comer. No pasa nada, mi
familia está a salvo y, si están a salvo, no hay ningún problema. Después de
cenar nos sentamos en el salón para ver cómo anuncian las puntuaciones en
televisión. Primero enseñan una foto del tributo, y a continuación ponen su
nota debajo. Los tributos profesionales, como es natural, entran en el rango de
ocho a diez. La mayor parte de los demás jugadores se gana un cinco. Me
sorprende ver que Rue consigue un siete; no sé qué les enseñaría a los jueces,
pero es tan diminuta que ha tenido que ser algo impresionante.
El Distrito 12 sale el último, como siempre. Peeta saca un
ocho, así que, al menos, un par de Vigilantes lo estaban mirando. Me clavo las
uñas en las palmas de las manos cuando aparece mi cara, esperando lo peor.
Entonces sale el número once en la pantalla.
¡Once!
Effie Trinket deja escapar un chillido, y todos me dan
palmadas en la espalda, gritan y me felicitan, aunque a mí no me parece real.
¡No los he decepcionado, todavía puedo conseguirlo! ¡Incluso es más probable
todavía! Siento como algo pesado en el pecho, y luego se desvanece. Lo
intentaré por ellos. Hasta por Peeta.
--Tiene que haber un error. ¿Cómo..., cómo ha podido pasar?
--le pregunto a Haymitch.
--Supongo que les gustó tu genio. Tienen que montar un
espectáculo, y necesitan algunos jugadores con carácter.
--Katniss, la chica en llamas --dice Cinna, y me abraza--.
Oh, ya verás el vestido para tu entrevista.
--¿Más llamas?
--Más o menos --responde, travieso. Peeta y yo nos
felicitamos. Otro momento incómodo. Los dos lo hemos hecho bien, pero ¿qué
significa eso para el otro? Escapo a mi cuarto lo antes posible y me entierro
debajo de las mantas. La tensión del día, sobre todo el llanto, me ha hecho
polvo. Me quedo dormida, como si me hubiesen indultado, aliviada y con el
número once todavía grabado en la cabeza.
Al amanecer me quedo un rato tumbada en la cama observando
cómo sale el sol; hace un día precioso. Es domingo, día de descanso en casa. Me
pregunto si Gale estará ya en el bosque. Normalmente dedicamos todo el domingo
a proveernos de existencias para la semana: nos levantamos temprano, cazamos y
recolectamos, y después hacemos trueques en el Quemador, donde paso el rato con
Clary y Tris mientras comemos alguna horrorosa especialidad de Sae; a veces
aparece Simon y río a más no poder con sus bromas. Puede que luego vaya a
entrenar con Jace y Cuatro. O tal vez quede con Madge y las demás para
descansar un poco. Eso haría, pero no
lo hago.
Pienso en Gale sin mí. Los dos cazamos bien, pero somos
mejores en pareja, sobre todo si intentamos cazar presas grandes. Sin embargo,
también nos da una ventaja con las cosas más pequeñas, porque está bien tener
un compañero para compartir la carga, para hacer que incluso la ardua tarea de
llenar la despensa de mi familia resultase divertido. Llevaba seis meses
peleando sola cuando me encontré por primera vez con Gale en el bosque. Fue un
domingo de octubre, y el aire frío olía a cosas moribundas. Me había pasado la
mañana compitiendo con las ardillas por las nueces, y la tarde, un poco más
cálida, chapoteando por los estanques poco profundos para recoger saetas. La
única carne que había cazado era una ardilla que prácticamente se había
tropezado conmigo en su búsqueda de bellotas, pero los animales seguirían por
allí cuando la nieve enterrase mis otras fuentes de alimentación. Como me había
adentrado en el bosque más de lo normal, corría de vuelta a casa arrastrando
mis sacos de arpillera cuando me encontré con un conejo muerto; estaba colgado
por el cuello de un cable fino, treinta centímetros por encima de mi cabeza.
Había otro unos trece metros más allá. Reconocí las trampas de lazo, porque mi
padre las usaba: la presa cae en ellas y sale disparada por el aire, lo que la
pone fuera del alcance de otros animales hambrientos. Yo llevaba todo el verano
intentando usar trampas, aunque sin éxito, así que no pude evitar soltar mis
sacos para examinarla. Acababa de tocar el cable del que colgaba uno de los
conejos cuando oí una voz.
--Eso es peligroso.
Retrocedí de un salto y apareció Gale; había estado
escondido detrás de un árbol, y seguramente me llevaba observando desde el
principio. Sólo tenía catorce años, pero ya rozaba el metro ochenta y para mí
era todo un adulto. Lo había visto por la Veta y en el colegio, y en otra
ocasión más, ya que él había perdido a su padre en la misma explosión que había
matado al mío. En enero, yo estaba junto a él cuando le dieron la medalla al
valor en el Edificio de Justicia, otro hermano mayor sin padre. Recordaba a sus
dos hermanos pequeños, agarrados a su madre, una mujer cuya barriga hinchada
dejaba claro que le faltaban pocos días para dar a luz.
--¿Cómo te llamas? --me preguntó, acercándose para sacar el
conejo de la trampa. Tenía otros tres colgados del cinturón.
--Katniss --respondí, con una voz apenas audible.
--Bueno, Catnip, robar está castigado con la muerte, ¿no lo
habías oído?
--Katniss --repetí, en voz más alta--. Y no estaba robando,
sólo quería echarle un vistazo a tu trampa. Las mías nunca cogen nada.
--Entonces, ¿de dónde has sacado la ardilla? --me preguntó,
frunciendo el ceño, poco convencido.
--La maté con el arco --respondí, descolgándomelo del
hombro. Seguía usando la versión pequeña que me había hecho mi padre, aunque
practicaba con el grande siempre que podía. Esperaba poder abatir presas más
grandes cuando llegara la primavera.
--¿Puedo verlo? --preguntó Gale, con la mirada fija en el
arco.
--Sí, pero recuerda que robar está castigado con la muerte
--le dije, pasándoselo.
Fue la primera vez que lo vi sonreír; la sonrisa convertía
al chico amenazador en alguien a quien te gustaría conocer, aunque tuvieron que
pasar varios meses para que volviese a sonreír de nuevo. Entonces hablamos
sobre la caza, le dije que podía conseguirle un arco si me daba algo a cambio;
no comida, sino conocimientos. Quería poner mis propias trampas y atrapar a
varios conejos gordos en un solo día, y él contestó que podíamos arreglarlo.
Con el paso de las estaciones empezamos a compartir a regañadientes lo que
sabíamos: nuestras armas, los lugares secretos que estaban llenos de ciruelas o
pavos silvestres. Él me enseñó a poner trampas y a pescar; yo le enseñé qué
plantas se podían comer y, al final, le di uno de mis preciados arcos. Hasta
que un día, sin que ninguno de los dos dijera nada, nos convertimos en un
equipo: nos repartíamos el trabajo y el botín, y nos asegurábamos de que ambas
familias tuviesen comida.
Gale me dio la seguridad que me faltaba desde la muerte de
mi padre. Su compañía sustituyó a las largas horas solitarias en el bosque.
Mejoré mucho como cazadora, porque ya no tenía que estar siempre mirando atrás;
él me guardaba las espaldas. Sin embargo, se convirtió en mucho más que un
compañero de caza, se convirtió en mi confidente, en alguien con quien
compartir pensamientos que nunca podría expresar dentro de los confines de la
alambrada. A cambio, él me confió los suyos. Había momentos en el bosque, con
Gale, en los que era realmente... feliz. Digo que es mi amigo, aunque, en el
último año, parece una palabra demasiado suave para explicar lo que Gale
significa para mí. Noto una punzada en el pecho; ojalá estuviera conmigo...
Aunque, claro, no me gustaría, no quiero que esté en el estadio, donde acabaría
muerto en unos días. Pero..., pero lo echo de menos, y odio estar tan sola. ¿Me
echará de menos? Seguro que sí. Los echo de menos, a todos. Al único que tengo
aquí a mí lado y quiero es Peeta, y quiere matarme o tendrá que hacerlo de
todos modos si quiere volver. Eso es lo realmente me mata.
Pienso en el once que apareció anoche debajo de mi nombre.
Sé lo que me habría dicho Gale: «Bueno, todavía se puede mejorar». Después
sonreiría y yo le devolvería la sonrisa sin dudarlo. No puedo evitar comparar
lo que tengo con Gale con lo que finjo tener con Peeta. Nunca cuestiono los
motivos de Gale, mientras que con Peeta es todo lo contrario. En realidad, no
es justo compararlos, porque Gale y yo nos unimos para sobrevivir, mientras que
Peeta y yo sabemos que la supervivencia del otro significaría la muerte. ¿Cómo
se puede pasar eso por alto?
Effie llama a la puerta para recordarme que me espera otro
«¡día muy, muy, muy importante!». Mañana por la noche nos entrevistará la
televisión, así que supongo que todo el equipo estará liado preparándonos para
el acontecimiento. Me levanto, me doy una ducha rápida prestando más atención a
los botones que toco y bajo al comedor. Peeta, Effie y Haymitch están inclinados
sobre la mesa, hablando en voz baja, lo que me parece extraño, pero el hambre
vence a la curiosidad y me lleno el plato antes de unirme a ellos. Hoy el
estofado está hecho con tiernos trozos de cordero y ciruelas pasas, perfecto
sobre un lecho de arroz salvaje. Llevo ya horadada media montaña de comida
cuando me doy cuenta de que no habla nadie. Le doy un buen trago al zumo de
naranja y me limpio la boca.
--Bueno, ¿qué está pasando? Hoy nos prepararéis para las
entrevistas, ¿no?
--Sí --respondió Haymitch.
--No tenéis que esperar a que acabe. Puedo escuchar y comer
a la vez.
--Bueno, ha habido un cambio de planes con respecto al
enfoque.
--¿Cuál?
No estoy segura de cuál es nuestro enfoque; la última
estrategia que recuerdo es intentar parecer mediocres delante de los demás
tributos.
--Peeta nos ha pedido que lo entrenemos por separado
--responde Haymitch, encogiéndose de hombros.
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