Un Centro de Entrenamiento con jardín
El Centro de Entrenamiento tiene una torre diseñada exclusivamente para los tributos y sus equipos. Éste será nuestro hogar hasta que empiecen los juegos. Cada distrito tiene una planta entera, sólo hay que subir a un ascensor y pulsar el botón correspondiente al número del tuyo. Fácil de recordar.
He subido un par de veces en el ascensor del Edificio de
Justicia del Distrito 12, una para recibir la medalla por la muerte de mi padre,
y ayer, para despedirme por última vez de mi familia y amigos. Sin embargo,
aquél era una cosa oscura y ruidosa que se movía como un caracol y olía a leche
agria. Las paredes de este ascensor están hechas de cristal, así que puedes ver
a la gente de la planta de abajo convertirse en hormigas conforme sales
disparada hacia arriba. Es emocionante y me siento tentada de preguntarle a
Effie Trinket si podemos volver a subir, pero, por algún motivo, creo que
sonaría infantil. Al parecer, las tareas de Effie no concluyen en la estación,
sino que Haymitch y ella nos supervisarán hasta que lleguemos al mismísimo
campo de batalla. En cierto modo, es una ventaja, porque, al menos, se puede
contar con ella para que nos lleve de un lado a otro a tiempo, mientras que no
hemos visto a Haymitch desde que cerramos nuestro trato en el tren. Seguro que
está inconsciente en alguna parte. Por otro lado, es como si Effie estuviese en
una nube; es la primera vez que el equipo al que acompaña causa sensación en la
ceremonia inaugural. Alaba no sólo nuestros trajes, sino también nuestra
conducta y, según lo cuenta, ella conoce a todas las personas importantes del
Capitolio y ha estado hablando bien de nosotros todo el día, intentando
conseguir patrocinadores.
--Pero he sido muy misteriosa --dice, con los ojos
entrecerrados--, porque, claro, Haymitch no se ha molestado en contarme su
estrategia. Sin embargo, he hecho todo lo posible con lo que tenía: que Katniss
se había sacrificado por su hermana y que los dos habéis luchado con éxito por
superar la barbarie de vuestro distrito. --¿Barbarie? Es irónico que lo diga
una mujer que ayuda a prepararnos para una matanza. ¿Y en qué basa nuestro
éxito? ¿En que sabemos comportarnos en la mesa?--. Por supuesto, todos tienen
sus reservas, porque sois del distrito minero. Así que les he dicho, y ha sido
muy astuto por mi parte: «Bueno, si se ejerce la suficiente presión sobre el
carbón, ¡se convierte en una perla!».
Effie esboza una sonrisa tan resplandeciente que no tengo
más remedio que alabar con entusiasmo su astucia, aunque se equivoque. El
carbón no se convierte en perla, pues las perlas crecen en el interior de los
moluscos. Seguramente quería decir que el carbón se convierte en diamante,
aunque tampoco es cierto. He oído que en el Distrito 1 hay una máquina que
puede convertir en diamante el grafito, pero nosotros no extraemos grafito, eso
era parte del trabajo del Distrito 13, hasta que lo destruyeron. Me pregunto si
lo sabrán las personas con las que nos ha estado promocionando; a lo mejor
tampoco les importa.
--Por desgracia, no puedo cerrar tratos con los
patrocinadores. Sólo lo puede hacer Haymitch --sigue diciendo ella, en tono
lúgubre--. Pero no os preocupéis, lo llevaré a las negociaciones a punta de
pistola, si es necesario.
Aunque tenga muchos defectos, hay que admirar la
determinación de esta mujer.
Mi alojamiento es más grande que nuestra casa en la Veta; es
lujoso, como el vagón del tren, y tiene tantos artilugios automáticos que
seguro que no me da tiempo a pulsar todos los botones. Sólo en la ducha hay un
cuadro con más de cien opciones para controlar la temperatura del agua, la
presión, los jabones, los champús, los aceites y las esponjas de masaje. Cuando
sales, pisas una alfombrilla que se activa para secarte el cuerpo con aire. En
vez de luchar con los enredos del pelo húmedo, coloco la mano en una caja que
envía una corriente eléctrica a mi cuero cabelludo, de modo que tengo el
cabello desenredado, peinado y seco casi al instante. Me cae por la espalda
como una cortina lustrosa. Por primera vez en la historia alguien del 12 cumple
la tercera regla de Isabelle.
Programo el armario para que elija un traje a mi gusto. Nada
de lo que hay en él está entre mis preferencias, pero es mejor que ir desnuda;
quizá encuentre algo de polvo de carbón para ponerme. Las ventanas amplían y
reducen partes de la ciudad, siguiendo mis órdenes. Si susurras el tipo de
comida que quieres de un menú gigantesco en una especie de micrófono, la comida
aparece calentita en menos de un minuto. Recorro la habitación comiendo hígado
de oca y pan esponjoso hasta que llaman a la puerta. Es Effie, para decirme que
es la hora de cenar. Bien, estoy muerta de hambre. Cuando entramos en el
comedor, Peeta, Cinna y Portia están de pie al lado de un balcón desde el que
se ve el Capitolio. Me alegra ver a los estilistas, sobre todo después de oír
que Haymitch se unirá a nosotros. Una comida presidida por Effie y Haymitch
está abocada al desastre. Además, en realidad el objetivo de la cena no es
comer, sino planear nuestras estrategias, y Cinna y Portia ya han demostrado lo
valiosos que son. Un hombre silencioso vestido con una túnica blanca nos ofrece
unas copas de vino. Se me ocurre rechazarlo, pero nunca lo he probado, salvo el
fluido casero que utiliza mi madre para la tos, y ¿cuándo podré volver a
probarlo? Le doy un trago al líquido ácido y seco, y pienso para mis adentros
que podría mejorarse con unas cucharaditas de miel. Haymitch aparece justo
cuando están sirviendo la cena. Parece que él también ha pasado por un
estilista, porque está limpio, arreglado y más sobrio que nunca, al menos desde
que lo conozco. No rechaza el vino, pero, cuando empieza la sopa, me doy cuenta
de que es la primera vez que lo veo comer. Quizá sea de verdad capaz de
controlarse lo bastante para ayudarnos.
Cinna y Portia parecen ejercer un efecto civilizador sobre
Haymitch y Effie. Al menos, se dirigen el uno al otro con educación, y los dos
elogian sin parar el acto de inauguración de nuestros estilistas. Mientras
parlotean, me concentro en la comida: sopa de champiñones, verduras amargas con
tomates del tamaño de guisantes, ternera asada cortada en rodajas tan finas
como papel, fideos en salsa verde y queso que se derrite en la lengua con uvas
negras dulces. Los sirvientes, chicos jóvenes vestidos con túnicas blancas como
el que nos trajo el vino, se mueven sin decir nada de un lado a otro,
procurando que los platos y copas estén siempre llenos. Cuando llevo la mitad
del vaso de vino, la cabeza me empieza a dar vueltas, así que me paso al agua.
No me gusta esta sensación y espero que pase pronto; es un misterio cómo
Haymitch puede estar así todo el rato.
Intento concentrarme en la conversación, que trata sobre los
trajes para las entrevistas, cuando una chica coloca una tarta de aspecto increíble
sobre la mesa y la enciende con habilidad. La tarta se ilumina y las llamas
parpadean en los bordes durante un rato hasta que por fin sea paga. Tengo un
momento de duda.
--¿Qué la hace arder? ¿Es alcohol? --pregunto, mirando a la
chica--. Es lo último que... ¡Oh! ¡Yo te conozco!
No era capaz de ponerle nombre ni de ubicar el rostro de la
chica, pero estoy segura: pelo rojo oscuro, rasgos llamativos, piel de
porcelana blanca. Sin embargo, mientras lo digo, noto que las entrañas se me
encogen de ansiedad y culpa al verla, y, aunque no puedo
acordarme, sé que existe un mal recuerdo asociado con ella. La expresión de
terror que le pasa por la cara sólo sirve para confundirme e incomodarme más.
Sacude la cabeza para negarlo rápidamente y se aleja a toda prisa de la mesa.
Cuando miro a mis acompañantes, los cuatro adultos me observan como halcones.
--No seas ridícula, Katniss. ¿Cómo vas a conocer a un avox?
--me suelta Effie--. Es absurdo.
--¿Qué es un avox? --pregunto, como si fuera estúpida.
--Alguien que ha cometido un delito; les cortan la lengua
para que no puedan hablar --contesta Haymitch--. Seguramente será una traidora.
No es probable que la conozcas.
--Y, aunque la conocieras, se supone que no hay que hablar
con ellos a no ser que desees darles una orden --dice Effie--. Por supuesto que
no la conoces.
Sin embargo, la conozco y, cuando Haymitch pronuncia la
palabra traidora, recuerdo de qué, aunque no puedo admitirlo, porque todos se
me echarían encima.
--No, supongo que no, es que... --balbuceo, y el vino no me
ayuda.
--Delly Cartwright --salta Peeta, chasqueando los dedos--.
Eso es, a mí también me resultaba familiar y no sabía por qué. Entonces me he
dado cuenta de que es clavada a Delly.
Delly Cartwright es una chica regordeta de cara mustia y pelo
amarillento que se parece a nuestra sirvienta tanto como un escarabajo a una
mariposa. También es probable que sea la persona más simpática del planeta:
sonríe sin parar a todo el mundo en el colegio, incluso a mí. Nunca he visto
sonreír a la chica del pelo rojo, pero recojo con gratitud la sugerencia de
Peeta.
--Claro, eso era. Debe de ser por el pelo --digo.
--Y también algo en los ojos --añade Peeta.
--Oh, bueno, si es sólo eso --dice Cinna, y la mesa vuelve a
relajarse--. Y sí, la tarta tiene alcohol, aunque ya se ha quemado todo. La
pedí especialmente en honor de vuestro fogoso debut.
Nos comemos la tarta y pasamos a un salón para ver la
repetición de la ceremonia inaugural que están echando por la tele. Hay otras
parejas que causan buena impresión, pero ninguna está a nuestra altura. Hasta
nuestro equipo deja escapar una exclamación cuando nos ve salir del Centro de
Renovación.
--¿De quién fue la idea de cogeros de la mano? --pregunta
Haymitch.
--De Cinna --responde Portia.
--El toque justo de rebeldía. Muy bonito.
¿Rebeldía? Me paro a pensarlo un momento y lo entiendo
cuando me acuerdo de las otras parejas, distantes y tensas, sin tocarse ni
prestarse atención, como si su compañero no existiese, como si los juegos ya
hubiesen empezado. Al presentarnos no como adversarios, sino como amigos, hemos
destacado tanto como nuestros trajes en llamas. Me gusta, y no solo la
estrategia, sino como la he llevado acabo. «Peeta quiere matarte. --me
recuerdo-- Lo hizo para ganar terreno.»
--Mañana por la mañana es la primera sesión de
entrenamiento. Reuníos conmigo para el desayuno y os contaré cómo quiero que os
comportéis --nos dice Haymitch a Peeta y a mí, sacándome de mis pensamientos--.
Ahora id a dormir un poco mientras los mayores hablamos.
Peeta y yo recorremos juntos el pasillo hasta nuestras
habitaciones. Cuando llegamos a mi puerta, se apoya en el marco, no para
impedir que entre, sino para captar mi atención.
--Con que Delly Cartwright. Qué casualidad encontrarnos aquí
con su gemela.
Me está pidiendo una explicación y siento la tentación de
dársela. Los dos sabemos que me ha encubierto, así que vuelvo a estar en deuda
con él. Si le cuento la verdad sobre la chica, quizá estemos en paz. ¿Qué daño
puede hacerme? Aunque repita por ahí la historia, no podría hacerme mucho daño,
porque sólo era algo que vi hace tiempo. Además, él había mentido tanto como yo
al decir lo de Delly Cartwright. Me doy cuenta de que quiero hablar con alguien
sobre la muchacha, con alguien que pueda ayudarme a averiguar su historia. Gale
habría sido mi primera elección, pero no es probable que vuelva a verlo.
Intento decidir si contárselo a Peeta le daría alguna ventaja sobre mí, aunque
no veo cómo. Quizá compartir una confidencia lo haga creer que lo considero un
amigo. Además, la idea de la chica con la lengua cortada me asusta, me ha
recordado por qué estoy aquí. No es para lucir modelitos sorprendentes y comer
manjares, sino para morir de forma sangrienta mientras la audiencia anima al
asesino.
¿Se lo cuento o no se lo cuento? Todavía tengo el cerebro
embotado por culpa del vino, así que miro al pasillo vacío, como si la decisión
estuviese allí mismo. Peeta nota mi vacilación.
--¿Has estado ya en el tejado? --Niego con la cabeza--.
Cinna me lo enseñó. Desde allí se ve casi toda la ciudad, aunque el viento hace
bastante ruido.
Traduzco su comentario como: «Allí nadie nos oirá hablar».
La verdad es que yo también tengo la sensación de estar bajo vigilancia.
--¿Podemos subir sin más?
--Claro, vamos --responde Peeta.
Lo sigo escaleras arriba hasta el tejado. Hay una salita con
techo abovedado con una puerta que da al exterior. Cuando salimos al frío aire
nocturno, la vista me quita el aliento: el Capitolio brilla como un enorme
campo lleno de luciérnagas. La electricidad del Distrito 12 viene y va; lo
habitual es que sólo tengamos unas cuantas horas al día. Es normal que por las
noches nos iluminemos con velas, y sólo puedes contar con ella cuando televisan
los juegos o algún mensaje importante del Gobierno, que hemos de ver por
obligación. Sin embargo, aquí no tienen escasez nunca. Peeta y yo caminamos
hasta el borde del tejado, y yo inclino la cabeza para observar la calle, que
está llena de gente. Se oyen los coches, algún grito de vez en cuando y un
extraño tintineo metálico. En el Distrito 12 estaríamos ya todos pensando en
acostarnos.
--Le pregunté a Cinna por qué nos dejaban subir, si no les
preocupaba que algunos tributos decidieran saltar por el borde --me dice Peeta.
--¿Y qué te respondió?
--Que no se puede. --Alarga la mano hacia el borde, que
parece vacío; se oye un chasquido y la aparta muy deprisa--. Es algún tipo de
campo eléctrico que te empuja hacia el tejado.
--Siempre preocupados por nuestra seguridad --digo. Aunque
Cinna le haya enseñado a Peeta el tejado, me pregunto si podemos estar aquí a
estas horas, solos. Nunca he visto a los tributos en el tejado del Centro de
Entrenamiento, pero eso no quiere decir que no nos estén grabando--. ¿Crees que
nos observan?
--Quizá. Ven a ver el jardín.
Al otro lado de la cúpula han construido un jardín con
lechos de flores y macetas con árboles. De las ramas cuelgan cientos de
carillones, que son los culpables del tintineo. Aquí, en el jardín, en esta
noche de viento, bastan para ahogar la conversación de dos personas que no
quieren ser oídas. Peeta me mira con expectación y yo finjo que examino una
flor.
--Un día estábamos cazando en el bosque, escondidos,
esperando que apareciese una presa --susurro.
--¿Tu padre y tú?
--No, con mi amigo Gale. --Noto una sombra en sus ojos que
antes no estaba. Aunque parezca raro Tris y no Izzy fue la que me enseñó a
captar eso. Sabe calar los sentimientos e intenciones de la gente; lo necesita
con Cuatro.-- De repente, todos los pájaros dejaron de cantar a la vez, todos
salvo uno, que parecía estar cantando una advertencia. Entonces la vimos. Estoy
segura de que era la misma chica. Un chico iba con ella, y los dos llevaban la
ropa hecha jirones. Tenían ojeras por la falta de sueño y corrían como si sus
vidas dependieran de ello.
Durante un instante guardo silencio, mientras recuerdo cómo
nos paralizó la imagen de aquella extraña pareja, obviamente de fuera del
Distrito 12, huyendo a través del bosque. Más tarde nos preguntamos si los
podríamos haber ayudado a escapar, y quizá sí, quizá hubiésemos podido
esconderlos de habernos dado prisa. Nos pillaron por sorpresa, sí, pero éramos
cazadores, sabíamos cómo se comportan los animales en peligro; supimos que la
pareja tenía problemas en cuanto la vimos, y nos limitamos a mirar.--El
aerodeslizador surgió de la nada --sigo contándole a Peeta--. Es decir, el
cielo estaba vacío y, un instante después, ya no lo estaba. No hacía ningún
ruido, pero ellos lo vieron. Soltaron una red sobre la chica y la subieron a
toda prisa, tan deprisa como el ascensor. Al chico lo atravesaron con una
especie de lanza atada a un cable y lo subieron también. Estoy segura de que
estaba muerto. Oímos a la chica gritar una vez, creo que el nombre del chico.
Después desapareció el aerodeslizador, se esfumó en el aire, y los pájaros
volvieron a cantar, como si no hubiese pasado nada.
--¿Te vieron?
--No lo sé, estábamos bajo un saliente rocoso --respondo,
aunque sí lo sé: hubo un momento, después de la advertencia del pájaro pero
antes de que llegase el aerodeslizador, en que la chica nos vio. Me miró a los
ojos y me pidió ayuda, y Gale y yo no respondimos.
--Estás temblando --dice Peeta.
El viento y la historia me han robado el calor del cuerpo.
El grito de la chica..., ¿habría sido el último? Peeta se quita la chaqueta y
me la echa sobre los hombros. Empiezo a retroceder, pero al final lo dejo,
decidiendo por un segundo aceptar tanto su chaqueta como su amabilidad. Una
amiga haría eso, ¿verdad?
--¿Eran de aquí? --pregunta, mientras me abrocha un botón
del cuello. Asiento. Los dos tenían el aire del Capitolio, tanto el chico como
la chica--. ¿Adónde crees que iban?
--Eso no lo sé --respondo. El Distrito 12 es el final de la
línea, más allá sólo hay territorio salvaje. Sin contar las ruinas del Distrito
13, que todavía arden por culpa de las bombas tóxicas. De vez en cuando las
sacan por televisión para que no olvidemos--. Ni tampoco por qué se irían de
aquí. Haymitch ha dicho que los avox son traidores, pero ¿traidores a qué? Sólo
pueden ser traidores al Capitolio, pero aquí tenían de todo. No había razón
para rebelarse.
--Yo me iría --suelta Peeta. Después mira a su alrededor,
nervioso, porque lo había dicho lo bastante alto para que lo oyeran, a pesar de
los carillones--. Me iría a casa ahora mismo, si me dejaran, aunque hay que
reconocer que la comida es estupenda.
Me ha vuelto a encubrir: si alguien lo escuchase, no serían
más que las palabras de un tributo asustado, no de alguien dándole vueltas a la
incuestionable bondad del Capitolio.
--Hace frío, será mejor que nos vayamos --dice. Dentro de la
cúpula se está calentito y hay luz. Sigue hablando en tono casual--. Tu amigo,
Gale, ¿es el que se llevó a tu hermana en la cosecha?
--Sí. ¿Lo conoces?
--La verdad es que no, aunque oigo mucho a las chicas hablar
de él. Creía que era tu primo o algo así, porque os parecéis.
--No, no somos parientes.
--¿Fue a decirte adiós? --me pregunta, después de asentir
con la cabeza, hermético.
--Sí.--respondo, observándolo con atención. ¿A él que le
importa?-- Me visitaron todas mis amigas llorando, y mi familia --mientras le
cuento me quedo poco a poco sin voz. Tengo que tragarme las lágrimas y cambiar
de tema-- y también tu padre. Me llevó galletas.
Peeta levanta las cejas, como si no lo supiese, pero,
después de verlo mentir con tanta facilidad, no le doy mucha importancia.
--¿En serio? Bueno, tu hermana y tú le caéis bien. Creo que
le habría gustado tener una hija, en vez de una casa llena de chicos. --La idea
de que hayan hablado de mí durante la comida, junto al fuego de la panadería o
de pasada en la casa de Peeta hace que me sobresalte. Seguramente sería cuando
su madre no estaba en el cuarto--. Conocía a tu madre cuando eran pequeños.
Otra sorpresa, aunque probablemente cierta.
--Ah, sí, ella creció en la ciudad --respondo, porque no me
parece educado decir que nunca ha mencionado al panadero, salvo para elogiar su
pan. Hemos llegado a mi puerta, así que le devuelvo la chaqueta--. Nos vemos
por la mañana.
--Hasta mañana --responde, y se aleja por el pasillo.
Cuando abro la puerta, la chica del pelo rojo está
recogiendo mi malla de cuerpo entero y las botas del suelo, donde yo las había
dejado antes de la ducha. Quiero disculparme por si la había metido en líos
antes, hasta que recuerdo que no debo hablar con ella, a no ser que tenga que
darle una orden.
--Oh, lo siento --digo--. Se suponía que tenía que
devolvérselo a Cinna. Lo siento. ¿Se lo puedes llevar?
Ella evita mirarme a los ojos, asiente brevemente y se va.
Estoy a punto de decirle que siento mucho lo de la cena, pero sé que mis
disculpas son más profundas, que estoy avergonzada por no haber intentado
ayudarla en el bosque, por dejar que el Capitolio matase al chico y la mutilase
a ella sin mover ni un dedo para evitarlo. Como si hubiese estado viendo los
juegos por la tele. Me quito los zapatos y me meto bajo las sábanas sin quitarme
la ropa. No he dejado de temblar. Quizá la chica no se acuerde de mí, aunque sé
que me engaño: no se te olvida la cara de la persona que era tu última
esperanza. Me tapo la cabeza, como si eso me protegiese de la muchacha
pelirroja que no puede hablar. Sin embargo, puedo sentir sus ojos clavados en
mí, atravesando muros, puertas y ropa de cama.
Me pregunto si disfrutará viéndome morir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
No insultes, porqué aunque esté mentalmente desorientada, mandaré a unos mutos a por ti, y tu comentario acabará en el Árbol del ahorcado.
Gracias por comentar y que te ayude ayude el Ángel ;))